¡Afuera!

 ¡Afuera!
de Ignacio Koonstra y Gustavo Bendersky
(Paraná, Entre Ríos)
Casa del Bicentenario, Riobamba 985, CABA
Se presentó el sábado 29 de enero a las 19 hs.

por Eva Candendo

Según la organización mundial de la salud, la adolescencia es la etapa de la vida entre la infancia y la adultez, que puede desarrollarse desde los diez y hasta los diecinueve años, aunque este rango tiene carácter variable ya que, como dice Mauricio Knobel, se considera “su expresión circunstancial de tipo geográfico y temporal histórico-social”. Así, hay autores que hablan de la adolescencia tal como la conocemos, como un fenómeno que vino a reemplazar los ritos de iniciación, que eran mucho más breves. Si consideramos que en esa etapa se producen modificaciones corporales que no siempre se sabe cómo manejar, que es un período ambivalente, confuso y doloroso, también se entiende que no será lo mismo sobrellevarlos para un adolescente de la ciudad que para uno del campo, con las distintas exigencias del mundo exterior.


¡Afuera!, inspirada en algunos fragmentos de la obra de Ricardo Guiraldes, Don Segundo Sombra, cuenta la historia de un niño que está entrando en esa etapa y quiere realizar un viaje que le servirá de iniciación a la vida adulta. Fabio, “un joven echado al olvido”, conoce a Don Segundo, a quien admira y lucha denodadamente para lograr acompañarlo como arriero, aprendiendo la dureza del trabajo a lo largo del viaje. Sale de la casa de sus tías para conocer el afuera, lo que el encierro en que vive no le deja ver. En este caso, el viaje hará las veces de rito y, al regreso, Fabio será un hombre.

La obra comienza con un presentador “un tipo de la ciudad cuenta una historia del campo”. En el escenario, palos y alambrados y unas vacas de juguete. El mismo presentador se cambiará en escena y a partir de allí, en primera persona, interpretará a cada uno de los personajes, con humor y gran versatilidad.

De vez en cuando el teatro independiente trae, para deleite del espectador, estas joyas que, lamentablemente, no tienen la proyección de las producciones del circuito comercial. El despliegue de talento y de energía que demuestra sobre el escenario Gustavo Bendersky es sorprendente. Con poquísimos elementos escenográficos introduce al público en la vida de este joven conmoviendo y haciendo reír a la vez. Los personajes se suceden con una técnica impecable que sostiene a lo largo de una hora de intenso trabajo.

Cabe destacar la importancia de este ciclo que organiza la Casa del Bicentenario, que permite conocer la actividad de quienes producen teatro independiente, no solo en CABA sino también en el interior del país y, además, de manera totalmente gratuita.

 Ficha técnica:
Autores: Ignacio Koonstra - Gustavo Bendersky
Director: Ignacio Koonstra
Intérprete: Gustavo Bendersky
Asistencia técnica: Melina Forte

Los que aúllan son lobos

 Los que aúllan son lobos
de Alan Cabral
https://www.youtube.com/watch?v=_6wLaRMl3K8&l=14s
Página web del Teatro Nacional Cervantes/Cervantes On Line


por Eva Candendo

Con el comienzo de la pandemia en 2020, el Teatro Nacional Cervantes y el Instituto Nacional de Teatro, en el marco del proyecto Nuestro Teatro Federal, impulsaron un concurso para seleccionar obras breves no estrenadas, de autores argentinos, con el fin de llevar a cabo la puesta y ser registradas en soporte audiovisual. Así, se estrenó y se puso a disposición del público en la plataforma Youtube, entre ellas, Los que aúllan son lobos, a la que nos referiremos.

Un joven vive encadenado en la cocina de su casa, un cuarto pequeño y gris. Quien lo tiene en ese estado de animalidad y servidumbre es su propio padre que, además de golpearlo, lo obliga a realizar las tareas de limpieza y cocina en el radio de los trece pasos que puede dar, los que le permite la longitud de la cadena. El joven no habla, no necesita contestar a las órdenes de su padre, a quien teme, pero las palabras están en el centro de su ser. La aparición de un lobo herido que su progenitor lleva a la casa cambia la relación de fuerzas y le hace pensar en una posible libertad.

La sociedad occidental, antropocéntrica, privilegia al ser humano, señalándolo como superior en la escala zoológica, mientras que considera al resto de la naturaleza como cosas a su servicio. Además, cataloga a algunas especies, como “fieras salvajes” a las que es preciso aniquilar, entre ellos los lobos. En nuestra cultura, los únicos seres capaces de ser sensibles y amar, somos los humanos. Sin embargo, el protagonista de la obra es víctima de la violencia desatada por su propio padre y encuentra en una manada de lobos la contención que no tuvo quien debía dársela. Ésta es, en palabras de la directora Mariana Ortiz Losada, la historia de “un crimen cometido antes de que suceda”. Pero también es la denuncia de una humanidad que mira para otro lado y llega siempre tarde. Ante los hechos consumados, solo sabe juzgar.

La dramaturgia de Alan Cabral, joven escritor de la localidad de Lanús, es cruda y descarnada, sin metáforas. Damián Cegarra Anze lleva sobre sus hombros a esta joven víctima con una solvencia arrolladora. Su monólogo, que se desarrolla en un cuadrado pequeño como la habitación en la que estaba prisionero, se acompaña con un excelente y preciso trabajo corporal. Los dos actores que asumen el papel de cancerberos, y la música en escena, crean un desesperado clima opresivo. Con escenografía mínima y sencillo diseño de luces, la directora ha creado una obra de excepcional calidad.

Actúan:
Damián Cegarra Anze, Julián Riveros, Pablo Szakiel, Augusto Monk
Equipo creativo: Guillermo De Blas, Guillermo Roig, Mariana Ortiz Losada
Música original en vivo: Augusto Monk
Diseño y puesta de luces: Mariana Ortiz Losada
Producción: Agostina Lotito
Autor: Alan Cabral
Dirección: Mariana Ortiz Losada

Códigos de callejero


Códigos de callejero

Rubén Derlis
Papeles de Boedo, 2017
Ensayo, 248 pp.

por Rubén Sacchi

Fundador del mítico bar La Poesía; de las editoriales Del Alto Sol, Papeles de Coghlan y Papeles de Boedo: nombrado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; distinguido con el Puma de Plata por la Fundación Argentina para la Poesía, entre otros hitos de su trayectoria Rubén Derlis es, además, un porteño honoris causa, como se autodefine, ya que desembarcó en la Reina del Plata apenas con cuatro años, procedente de Chivilcoy para incrustarse en ese paisaje y aprehenderlo.

Este volumen hace gala de esa porteñidad asumida y refuerza su derecho adquirido con toda justeza, porque suma la idoneidad propia del historiador y del sociólogo, conocedor de cada rincón, calle o cortada, pero también de su gente, por lo que puede ser considerada una voz calificada.

En las primeras páginas define el espíritu del libro en palabras del barriólogo Angel Prignano, afirmando que “no se sale a la calle, sino que se entra en ella”. Tal sentencia ubica a la persona contenida en un entorno que le es propio y lo corona callejero, habitante de esa geografía que le pertenece, mientras para la gran mayoría es el afuera. El otro sustantivo, hablo de los códigos, se aprenden con el deambular por esas aulas que proveen de alta enseñanza.

Los textos pueden considerarse pequeños aguafuertes que dialogan con el pasado, en permanente interacción con los recuerdos, que el autor se ocupa de engalanar con un derroche de poesía que por momentos nos trae a la memoria a aquella otra gran poeta del tango, Eladia Blázquez.

Ya la portada nos remite a una época pasada, a un estilo y un ritmo que el ciudadano de hoy perdió en su privilegiar lo veloz y lo efímero, como si de esa manera el tiempo fuera a serle más duradero. Hay una evocación permanente a ese sitio en el ayer, pero lejos está de ser un llanto por el paraíso perdido sino que es la alegre sensación de, al menos, haber estado allí, ser protagonista hasta que ese dios pagano, llamado capitalismo, lo expulsó por su pecado original de ser poeta. Pero, lo que no pudo quitarle, pese a todo, es la poesía, esa que le permite la contemplación ociosa y le aporta herramientas para revivirlo, al paraíso, digo, y hacerle trampa a eso que tan tristemente cantaba el grupo uruguayo Los Olimareños: “la piqueta fatal del progreso”.

En sus páginas rinde homenaje a sus contemporáneos que tomaron las banderas del pueblo. Escribe acerca de Raúl González Tuñón: “un estro visceral en su contenido, transmitido con intensidad de vida (...) que va de lo lírico barrial a lo social comprometido con su tiempo, y en lo formal sin conceder un ápice a la rima desgastada por versificadores para emociones fáciles”. De igual manera, rinde merecido homenaje a otras tantas figuras que dejaron huella en la vida del autor y en el acervo popular, tales como Osvaldo Pugliese o Atilio Castelpoggi, por dar ejemplos.

Para los más jóvenes será un buen libro, profuso en detalles de una ciudad difícil de abarcar. Allí encontrarán también necesarias referencias a protagonistas insoslayables de nuestra cultura, sobre quienes podrán profundizar si es que gozan de suficiente curiosidad, para que este ejemplar oficie de estímulo. Para otros, los que vivimos en épocas más cercanas a las descriptas, este impreso oficiará como una especie de talismán para “asirse al último pasamanos de la vida: el recuerdo”.