Uno y todos los posibles
Uno y todos los posibles
Enrique Campos
Paradiso Ediciones, 2011
Poesía, 64 pp.
por Rubén Sacchi
Este segundo poemario de Enrique Campos se presenta profuso de figuras, signos y metáforas. A partir de allí, al lector le corresponden las múltiples interpretaciones posibles. Una de ellas es la vida, que es de uno y todos los posibles.
Hay en la primera mitad, Fingiendo alegría, un paisaje de infancia: un osito y una cigüeña, “...la cara del ángel que fue en los comienzos” y el lenguaje secreto de los mayores velado a nuestros oídos. Un tiempo donde el domingo es “sólo un día más” y todo lo cubre la magia.
A partir de allí, el crecimiento y la búsqueda personal en medio de una sociedad que ha fabricado ya los moldes donde los jóvenes deben acomodarse: “Suelto en una cárcel de ideas que acepta como propias, intenta distraer a un instinto que lo llama a los gritos”, dejando “que el alma juegue con las posibilidades que el destino guardó para otras vidas”. Sin embargo, la omnipotencia porpia de esos años lo hacen expresar: “No habrá vejez. No habrá muerte”. Por momentos se percibe el desánimo: “Su lápiz, su mente, su hacha, todo ha perdido ya su filo en un mundo que guarda a los hijos bajo tierra” y “Todo se ha vuelto un cuento”.
La segunda mitad, Fingiendo horror, remite a la rutina: “Se levantan temprano y solo se enteran de la hora a la que deben partir”; “Sobre el diván descansan sus piernas sin haber dado un solo paso/.../ Un fantasma en ese hogar de ciegos sólo parece cobrar vida con los tiembres chillones de los teléfonos...”. También a la vejez: “Las ovejas grises que se hacen blancas con la nieve del invierno/.../ una primavera cada vez más corta”.
La denuncia “Juegan los burgueses oliendo sus copas, masticando despacio las comidas y las palabras” se consuela con la sentencia que rasa “La noche fría cae para todos alguna vez...” Hacia el final, el necesario balance: “De un lado la vida, y del otro se desatan las posibilidades perdidas en el tiempo./.../ Con la boca seca ve la fuerza de la culpa golpeando...”.
Finaliza con un desenlace, en secuencia casi cinematográfica: “El cuerpo que lo transporta/.../ comienza a fallar”; “De golpe el vacío. El miedo, un escalofrío en la espalda”; “Desde arriba, las voces temblorosas de los ángeles cantan”; “El alma se desprende de un corazón abarrotado de dudas”; “A sus pies descansa el cuerpo quen no logró explicarse”; “Sobre el calendario, el código que encriptaron sus padres”.
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