La casa Ache

La casa Ache
La revelación
de Fabiana Micheloud
Teatro ArteBrin. Ministro Brin 741, CABA.
Sábados 20:00 hs.

por Eva Candendo

Las pasiones movilizan el mundo, llevan a las personas a la acción en pos de concretar sus deseos. Decía Rousseau que las pasiones humanas son buenas cuando el individuo es dueño de ellas. Dan sentido a la vida y lo mantienen en una tensión constante que garantiza la concreción de los sueños. Como son sentimientos desbordantes, a veces impiden el razonamiento y se actúa por impulso. Descartes, en su clasificación de las mismas, reconoce, entre otras, el amor, el odio y el deseo. Cuando confluyen en un mismo ser y en un mismo momento más de una ellas, sumadas a la soledad, puede resultar un coctel explosivo que conduzca al dolor y la muerte.



Generalmente en la juventud, la sed de conocer mundo y trasgredir los límites logran que se supere el miedo y se vaya al encuentro de lo desconocido, sin saber qué espera al otro lado de la puerta que se traspasa. Quizá por la excesiva confianza en sí mismo y en los otros se emprenden aventuras que más tarde pueden ser, o no, un buen recuerdo pero de las que nunca se puede regresar.

La Casa Ache, que transita su tercera temporada, saca a la luz estas pasiones por las que estamos atravesados los seres humanos. En una vieja casona abandonada, cuatro amigos van en busca de un misterio que tienen necesidad de develar, algo que los obsesiona y que, a pesar del terror que los invade, los empuja a continuar. La manipulación de uno de los cuatro, aprovechando el miedo de sus compañeros, logra enredarlos en una trama envolvente de la que no pueden huir. Los hechos se suceden de manera vertiginosa y lo que podría ser una anécdota en la vida de los jóvenes termina con la crueldad desatada de uno de ellos, ante una inesperada revelación.

La escenografía, muy bien lograda, recuerda los castillos tenebrosos de antiguos cuentos europeos, con la iluminación justa para acentuar el misterio de las escenas.

El teatro ArteBrin es una casona antigua devenida en nueva sala barrial, cálida y acogedora. El lugar, al que se accede por una puerta lateral, tiene un patio poblado de plantas, con un enorme floripondio en el centro, y una barra en la que, si no llueve, se puede degustar un refrigerio. Un bello gato hace las veces de anfitrión recibiendo a los espectadores con sus alegres ronroneos.

Elenco:
Mariela: Candela Rosendo
Camila: Diana D´Virgilio
Carlos: Cristhian Karpíuk
Pablo: Daniel Ferrigno
Hombre: Néstor Rosendo

Equipo:
Asistencia de dirección: Néstor Rosendo
Luces y sonido: Macarena Rosendo
Dramaturgia y dirección: Fabiana Micheloud

Diáspora

Diáspora
Mariano Díaz Barbosa
Ediciones Ruinas Circulares, 2017
Poesía, 64 pp.

por Rubén Sacchi

El origen de la palabra diáspora puede remontarse a la dispersión del pueblo judío, sin embargo, aquella gente se sentía de alguna forma unida por la mirada de un Dios protector, que los aglutinaba más allá de las geografías. Díaz Barbosa enfrenta aquel sentimiento de extrañamiento sin ese atenuante, comienza increpando a Jesús: “alguna vez me hiciste creer/ que todo tenía un por qué// eso fue lo más cruel”, y arremete contra el Padre, “un dios que nos fue impuesto/ con violenta piedad” y que tuvo “la idea maldita/ de habernos creado”.
En los poemas se percibe una fatiga de vivir, desesperanza y un tremendo dolor. Por momentos recuerda al personaje de Una sombra ya pronto serás, de Osvaldo Soriano, diciendo: “usted es un hombre cansado de llevarse puesto”; el autor lo dice así: “algo llevaba sobre las espaldas/ y ese algo/ era más pesado que el mundo”.
Ese mundo que habita el poeta es un lugar hostil que lo atormenta desde la infancia, donde “a todas las cosas/ le crecieron dientes y garras” y cada ser humano es, de alguna manera, un exiliado que inevitablemente comprende, al llegar al otro lado, que “a todos nos han arrancado algo”.
Diáspora muestra el hueso de la poesía (“excavando entre el asco y la nada/ pude encontrar la liberación de lo poético”), porque, afirma, “no existe poesía/ cuando las palabras y los muertos/ no cuestan nada”.

Pompidú


Pompidú
Catalina Piotti
Editorial Dunken, 2018
Teatro, 80 pp.

por Rubén Sacchi

No Pompidou. Nuestra heroína escribe como pronuncia y esa particularidad la afinca en este suelo. Erica, de ella se trata, rebosa de creatividad plástica, pero una pesada cadena la aferra al mundo de su departamento. Esa cadena no es la locura que se le adjudica desde la sentencia psiquiátrica y familiar, es precisamente ese diagnóstico y su tratamiento lo que frenan su vuelo y achatan su arte.
Ella, como mecanismo de autodefensa, crea un compañero imaginario, Inti, que ilumina sus días como el legendario dios Inca. A través suyo, y reemplazando los fármacos por pastillas de menta, puede desplegar su potencial, “la intensidad no tiene tiempo para dormir: es el elixir de los valientes”. Inti la libera de la opresión familiar que, quizás con buenas intenciones, la prefieren domesticada, sentencia: “Anestesiar los vaivenes de la existencia es extirparle al alma su costado más verdadero”.
La historia trata del opuesto locura-cordura y las relaciones familiares, con un padre ausente y una tía que intenta manejar la situación, inevitablemente desde otra frecuencia. Y el lector no puede menos que interrogarse ¿está loco quien comprende que “la humanidad sigue socavando los pocos recursos que le quedan”? ¿quien afirma que “la plata da poder y el poder da miedo”?
Pompidú es una obra fresca, que interpela a la sociedad como mecanismo represor, como molde o rasero de sus sumisos miembros. Una sociedad de la que, deduce, “¡se la pasan durmiendo! pero no sueñan jamás”.