Bengala Hotel


Bengala Hotel
Eugenia Coiro
Viajera Editorial, 2011
Poesía, 72 pp.

por Rubén Sacchi

Clavo, Bengala, Hotel. Tres palabras que surgen en la autora como posibles directrices de la obra. Un clavo en la pared del Hotel Bengala es la imagen que las agrupa, la excusa explícita, aunque se sitio no exista y sea un no lugar para poder hablar de su yo, de su construcción y sus fronteras.
Eugenia Coiro describe una bola como la metáfora que más se adapta a lo que todo lo abarca y lo engulle. Quizás, el tedio de los días y la ausencia de un amor amarillo (¿otoñal?). De cualquier manera, las explicaciones deben ser escritas “por pensadores, no por poetas”. Frente al naufragio amoroso, implora la salvación de un arca o la alegría de un baile. Atraviesa el canto engañoso de las sirenas y el de las palabras, que se camuflan y engañan, dejándola viva y presa.
Liliana Heer en Hamlet & Hamlet, esribe: “Tenue, muy tenue la frontera que separa el arte del delirio./ Almohada de carne fresca,/ nacimiento perpetuo”. Siguiendo esa imagen kafkiana, se adentra en “un laberinto/ (...)/ donde nos miramos/ pero no nos vemos”.
Bengala hotel es una clara mirada a “esa delgada capa translúcida que opaca y derrite los detalles”.

El saco de Douglas


El saco de Douglas
Denise León
Paradiso Ediciones, 2011
Poesía, 64 pp.

por Rubén Sacchi

El saco de Douglas no aparece en las páginas del libro, sin embargo está allí, encabezando la historia. Tiene una presencia tan sólida como la ausencia; entonces ¿desde qué lugar puede contarse la contingencia de la inmigración? Una manera de hacerlo es hablando del padre ausente. Los poemas siguen un itinerario de dasarraigo y carencias y se dividen en tres momentos representados por sendos protagonistas. El primero corresponde a Luisa y transcurre en 1914. Los indicios hablan de un sitio en Europa, quizás Grecia, atravesado por la Gran Guerra y la opresión del ejército turco sobre la comunidad judía sefaradí, los turcos como sujeto avasallante y temible, con su consecuente secuela de dolor y miseria: “Cada una de las partes iguales en las que se divide el día se me aprieta el corazón...”. El padre huyó abandonando los zapatos, quizás para no ser oído, aunque para el pueblo judío, y en el imaginario popular, esa prenda cobre un valor simbólico mayúsculo a partir de las imágenes que trascendieron de los campos de concentración.
Es en este espacio donde Denise León escribe en dos lenguas, particularidad que no se repite en el resto del libro. Tal vez, una buena manera de referir una cultura que se va perdiendo, tradiciones que, a jirones, quedan en cada sitio por donde el emigrante transita: “escucha, Israel. Yo hablo una lengua muerta”.
Una segunda parte, Klara, se fecha en el 39, año en el que nuevamente resuena en el Viejo Mundo, el metálico ruido de la maquinaria bélica. Es el momento de seguir las huellas del padre y América es un destino posible. Salvar la vida no significa hacerla florecer: “Mi madre tenía sólo veinticinco años cuando escribió por desgracia vivimos todavía”, para agregar “del mismo modo que una herida arroja su propia luz fluyen las imágenes”.
La etapa final se titula Alegre y se ubica en 1971. Aquí, el protagonista es Chocho, el bebé que continúa la línea de sangre. La alegría de un niño, por momentos, modifica la atmósfera densa de los poemas pero, sutilmente y contra todo posible olvido, nos recuerda que “Las cicatrices pican”.
Al fin, la vida gira en un carrousell que la va secando, que le quita su capacidad de emocionarse y hasta pone en tela de juicio la existencia de Dios, o quizás no, pero le resta toda importancia y “el mundo no pesa más que la mano de un chico sobre los hombros”. Puede que la historia se explique en las palabras de George Perec: “ser emigrante era tal vez precisamente eso: ver una espada allí donde el escultor creyó, con total buena fe, poner una antorcha y no haberse equivocado por completo”.

Rostro ajeno


Rostro ajeno
Gustavo Tisocco
Editorial Vinciguerra, 2011
Poesía, 32 pp.

por Rubén Sacchi

¿Qué es un rostro ajeno? ¿El de otra persona? o quizás sea nuestra faz, la que fue en otro tiempo, esa, tan familiar como lejana, que vive en la nostalgia y a la que nos referimos en tercera persona.
El rostro propio, aunque ajeno, nos habita en el recuerdo y uno de sus nombres más comunes es infancia: “la casa sigue ahí/ los fantasmas somos nosotros”. Pueden detenerse al unísimo todos los relojes, pero el tiempo no podrá ser abolido : “Inclementes,/ ríen los almanaques”.
Es que con el tiempo se van los seres queridos, los que acuerdan las reglas de la vida y los que rompen fatalmente toda norma biológica, como la muerte de un niño: “El niño (...)/ se transforma en pez/ y baila en el fondo/ azul y mineral de su dicha”.
Lejos van quedando las reuniones familiares, los juegos y la inocencia, porque “La vida es una fiesta de navidad/ que dura tan poco,/ demasiado poco.” que al siguiente amanecer, de lo que era pura alborada quedan sólo olores, sonidos, sensaciones como única herencia posible. Sólo eso y una sensación de muerte (“Ahora soy tumba”) llevaremos al final.

Léame


Léame
Nicolás Di Candia
Viajera Editorial, 2011
Relato, 138 pp.

por Rubén Sacchi

Léame. Título perentorio, urgente,imperativo. ¿Qué encuentra el lector dentro del libro que justifique la decisión? En primer lugar, un ejercicio de relajación no demasiado recomendable; en segundo, una serie de relatos cuyo primer título, mientras nos adula, acerca una reflexión acerca del lector y la lectura.
El resto de los escritos forman un conjunto desolpilante de historias que pueden arrancar más de una sonrisa, pese a la torridez del verano, en algunos casos rayanas al surrealismo.
En sus páginas encontramos originales versiones de Alicia en el país de las maravillas, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y Frankenstein, donde lo absurdo y grotesco se dan cita para satirizar la flema inglesa o la figura insigne de Domingo F. Sarmiento, que regresa de la muerte para volver a morir. Fuera de eso, la vida transcurre entre señores con álamos en su cabeza y ríos de Coca Cola brotando de las canillas.
Léame es el primer título de narrativa con que Viajera Editorial incursiona en el género y lo hace de manera divertida y fresca, ideal para lograr la relajación que el inicio del libro propone sin demasiado éxito.

País de la sal / Libro de los últimos días


País de la sal / Libro de los últimos días
Ramón Minieri
Ed. de autor, 2010
Poesía, 54/82 pp.

por Rubén Sacchi

El volumen se compone de dos obras del poeta patagónico. La primera, País de la sal, se integra de poesía seca, donde “la sed/ es un árbol sin párpados”; que no es la terrible suerte de no poder cerrar los ojos frente a la aridez del mundo, sino algo peor: la ceguera de “las hojas/ tendiendo/ al aire/ las mejillas”.
El paisaje estéril, como línea directriz, acompaña al niño otoñal que “atesora/ muerte más muerte roja/ en la vereda” y deja en claro que el nuevo día “tiene/ toda la edad del sol sobre la/ tierra”, porque “si algo/ amanece/ (...)/ es tu deseo”. Por eso, ante la yerma imagen, la esperanza es voluntad y “se empieza a construir/ (...)/ con la nostalgia de la casa/ que no existe”.
El Libro de los últimos días obedece a una estructura divina: Fin de los tiempos, muertes, juicios, infiernos, glorias. Sin embargo, aborda tópicos más terrenales: la pérdida del tren y sus connotaciones ideológicas “se desarma/ el encordado/ aquel/ de plata// de una/ patria// consonante”; el consumismo “si es posible viajar/ con el bagaje de la golondrina/ (...)/ alguien/ viene equivocándose” y el imperativo de un amor inevitable “las líneas de los mapas/ todas/ se curvan hacia vos”.

Luna Western


Luna Western
Christophe Macquet
Paradiso Ediciones, 2011
Poesía, 224 pp.

por Rubén Sacchi

En el prólogo a El cuaderno rojo, de Paul Auster, Justo Navarro afirma: “...cuando el traductor escribe su libro, lo escribe con las palabras de otro hombre que no está en la habitación. Aunque sólo haya un hombre en la habitación, hay dos hombres que hablan en la habitación: cada uno habla en una lengua para querer nombrar las mismas cosas. El traductor se convierte en una sombra, fantasma del hombre que inventó las palabras que ahora inventa el traductor. La traducción es un caso de suplantación de identidad”.
Tal el caso de esta edición de Luna Western, más que traducido, reinterpretado por Lisandro Llano en un particular caso de “doble escritura”. Si bien el cuerpo central de la obra conserva alguna correspondencia con el texto francés, la epigrafía y el epílogo pueden leerse como obras completamente diferentes.
Luna Western puede definirse como un largo poema donde autor y traductor tensionan en un contrapunto expresivo, mientras la fonética (l’Anneau/Lanús) tiene el peso de un diccionario y el axioma italiano “traduttore, traditore” llega al climax en “c’est une traduction” leida como “es una traducción (¿de qué?)”.

La invención de lo real


La invención de lo real
Walter Iannelli
Ediciones Simurg, 2011
Novela, 168 pp.

por Rubén Sacchi

Un hipotético futuro, no demasiado lejano, nos enfrenta con nuestros vecinos chilenos en una especie de guerra fría: espionaje y contraespionaje dan a la novela un tono detectivesco.
Hay guaridas secretas en los Andes, extraños y mutilados personajes y hasta un plan de Oriente en el que María Kodama y Yoko Ono parecen parte de una misma conspiración. También hay amor y literatura.
En ese marco, con mucho de humor y algo de intriga, Iannelli cuestiona la realidad y su construcción, dando sustento a las palabras del poeta belga Henri Michaux: “Se tiene el deseo de escribir una novela y se escribe filosofía”.
Es cierto que hay tantas realidades como pares de ojos que la observen, por y para ello el autor plantea una regla práctica de orientación: “Se vive en el mundo que se puede comprender (...) El otro mundo, el que escapa a la percepción, no es verdad ni mentira. Simplemente no existe”. Y en esa lógica, revoca cualquier conjetura determinista: “Las cosas más terribles o más hermosas no significan nada de nada. No tienen mensaje alguno. Simplemente suceden”.