restos de restos

restos de restos
Nicolás Prividera
Libros de la Talita Dorada, 2012
Poesía, 116 pp.

por Rubén Sacchi

Como si hablara por boca de otro, Nicolás Prividera apela a las palabras de Sylvia Plath para abrir su libro: “jamás conseguiré recomponerme del todo,/ unir, pegar tus pedazos, juntarlos como es debido”.
Restos de restos es, primero, el libro de un hijo de desaparecidos, alguien que busca restos, dato no menor al momento de tener en cuenta que, en algún momento su vida sufrió un quiebre, una fragmentación; pero también es el libro de un cineasta, alguien que puede, mediante el montaje, hacer una obra con el descarte de un rodaje.
Su poesía -sería difícil de otra manera- está marcada por los acontecimientos que rodearon su nacimiento y prefiguraron el escenario que dominaría la historia inmediata, aunque sea “el mismo mecanismo de la memoria el que irremediablemente falla”.
Contiene en parábolas la historia del peronismo, desde el 17 de octubre del 45 hasta la Triple A., planteando: “Hay que morir joven y dejar un himno”.
Hay desazón en estos versos, “la historia es una fosa común”, afirma, para concluir: “Dios no ha muerto, agoniza/ en la eternidad y sólo// nos queda/ velarlo”.

Mapas

Mapas
Gabriel Bellomo
Paradiso Ediciones, 2012
Novela, 224 pp.

por Rubén Sacchi

Pocas veces una prosa reviste un carácter tal que se mimetiza con el título que la nombra. Es el caso de Mapas, de Gabriel Bellomo, una historia descripta con la minuciosidad de un cartógrafo. Cada límite e hito en su lugar, los detalles mínimos componiendo la orografía de la historia, como para poder hallar un norte.
Una antropóloga y su padre, fotógrafo, van a recorrer una geografía frágil: la de sus vidas y las relaciones que los unen y separan.
Hay un indagar en el vacío en la obra de Bellomo. En su anterior trabajo, El médano, el personaje sufría una amnesia y transitaba parajes desolados. Aquí, la ceguera progresiva del padre y el entorno hostil del paisaje “¿Qué otra evidencia hay del hombre en esta tierra que la de su muerte?” ubican la historia en un clima semejante.
El libro habla de las cuestiones que se tornan obsesivas, vitales, todas diferentes entre sí, y de los ocultos sentimientos que se enmascaran tras nuetras actitudes aparentes.
Un trabajo notable, que reafirma al autor dentro de una narrativa contemporánea, intimista, que interpela lo más profundo del alma humana.

La tendencia materialista

La tendencia materialista
Comp. V. Kesselman, A. Mazzoni y D. Selci
Paradiso Ediciones, 2012
Poesía, 336 pp.

por Rubén Sacchi

“El que avisa no traiciona”, reza un viejo dicho popular, y eso es lo primero a tener en cuenta al disponerse a leer esta antología. El título es llano, franco. Sin medias tintas.
Hecha la advertencia, no entiendo a quienes se horrorizan ante la evidente ideología de los autores antologados.
¿Están ante una rareza? Más pienso en un desacostumbramiento, pues sucede que, quienes apuestan al fin de la histora, pensaron que los González Tuñón, Tejada Gómez, Neruda o Lima Quintana jamás volverían a enrojecer las páginas de la tierna poesía y, mucho menos, a ser reivindicados en una antología tan meritoria como ­necesaria.
Los compiladores no pretendieron establecer un canon de la década, creo que simplemente, intentaron un muestreo serio -lógicamente arbitrario, como cualquiera- de una franja de la lírica obviada por casi todos los círculos académicos.
Pasajes como: “Edad de piedra. Edad de agua./ El relámpago define la edad/ del futuro. La edad del futuro es/ un esqueleto hecho de relámpagos” ó “Los vecinos no saben tomar té/ leponen leche y azúcar para apagarle/ el gusto asiático. A malaria”, pertenecientes al libro Seudo (Vox, 2000) de Martín Gambarotta, pueden resultar molestos a quienes añoren el viejo colonialismo o ansíen uno nuevo, flamante, libre de ese polvillo sigloveintesco de fines de la primera Gran Guerra.
Los poetas escogidos para este libro son Fabián Casas, Washington Cucurto, Juan Desiderio, Fernanda Laguna, Alejandro Rubio, Martín Gambarotta y Sergio Raimondi. En la introducción podemos leer que los distingue: “La conciencia de que la poesía no tiene que aislarse del mundo práctico y de la época presente”, y creo que siempre es así, salvo que algunos hablan del propio presente y el mundillo que creen personal y exclusivo y otros, más sensibles al entorno, aplican una mirada más amplia.
Una reseña histórica, muy bien documentada, precede esta selección, allí podemos encontrar información acerca de las bases históricas que sustentan a esta generación y el contexto que los enmarca. Así también, de las publicaciones contemporáneas de la corriente y más de una referencia a publicaciones que, quien procure una mayor aproximación, debe necesariamente consultar.

Lado géminis

Lado géminis
Virginia Janza
Viajera Editorial, 2012
Poesía, 152 pp.

por Rubén Sacchi

Géminis, signo zodiacal que representa la dualidad. ¿Cuál es el Lado géminis? La idea propone una suerte de continuidad. Dos mitades componen Géminis pero, si todo éste es un lado, el hecho supone la existencia de otro u otros, que funcionen como opuestos o complementarios.
La poesía de Virginia Janza es arriesgada. Bajo el mito geminiano, expone la diversidad humana y el disenso como alternativa motriz: “el antagonismo nos pareció lo más apropiado/ para ser siempre opuestos/ y de esa forma no/ pertenecernos nunca”.
El libro se divide en cuatro partes, pero unas y otras recurren indefectiblemente a la exploración del yo, “esa ligera sensación de que sabemos algo sobre/ nosotros” o “-tal vez el cuerpo constituya/ algún límite posible-”.
Los dos últimos capítulos indagan en la niñez o en esa dualidad mujer-niña que acompaña al crecimiento, pidiendo “quisiera dormir con la luz prendida” y pensando “que la libertad es cosa de mayores/ y yo sigo siendo tan chiquita”.
Lado Géminis fue engendrado libre, como el desear “parir de uniforme/ manchar la pollera gris (...)/ con todos los líquidos que anuncian la vida”.

Brazos de ningún vacío

Brazos de ningún vacío
María Chemes
Paradiso Ediciones, 2012
Poesía, 64 pp.

por Rubén Sacchi

El libro de María Chemes intenta contener, en el hueco que forman los brazos en el gesto de abarcar, la totalidad de un recuerdo, esa presencia subjetiva que da sentido al título, negando rotundamente la hoquedad. Sin embargo, la falta del ser amado se percibe a través de los poemas. Una ausencia que llena y se reafirma como imperante.
“Sin el cuerpo, todo parece eternidad”, sentencia la autora, y agrega: “canto que canta el silencio/ cuando todo amor es memoria”.
Hay dos mundos que coexisten en esta historia, separados prolijamente por las sábanas, como si el dormir fuese un bálsamo para olvidar el dolor y la ausencia.
En esa realidad, Chemes escribe: “me abandono a la palabra/ como al consuelo de la voz”, y en la dura batalla que entabla se propone “quiero morir al miedo”, reemplazando al verbo matar, quizás consciente de que en ello le puede ir la vida y apuesta “o llaga/ o cuna”, como alternativas de dolor o refugio.
Busca la respuesta en la niñez, en una canción de cuna, pero asume la inexorable madurez: “crecerá vestida/ hasta que el traje se rompa/ y desnuda/ tenga que salir a vestirse”.

Sombras nada más

Sombras nada más
Luis Benítez
Ediciones Doble Hache, 2012
Novela, 160 pp.

por Rubén Sacchi

¿Qué tienen en común Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Osvaldo Soriano? Salvo que los tres hayan nacido bajo el mismo cielo y se hayan dedicado a la literatura, es difícil hallar otras similitudes. Claro que esa dificultad persiste si los cotejamos en las letras, pero un análisis que trascienda su expresión artística los ubicará, políticamente, en la vereda opuesta al peronismo. Los tres, desde diferentes ópticas, fueron críticos de ese movimiento que, con infinidad de vaivenes, aún atraviesa la escena ciudadana.
¿Por qué hago referencia a estos autores? Porque su fantasma, sin dudas, recorre estas páginas con más de un guiño del autor, y la mezcla sutil de sus climas es posible gracias a la maestría narrativa de Luis Benítez, poeta de la generación del 80 que, de tanto en tanto, derrocha las palabras ahorradas en la lírica para regalarnos una prosa ágil y adictiva, no exenta de un humor ácido que oxigena las situaciones más cargadas de dramatismo.
El maestro Borges aparecerá para abrir y cerrar la historia, una crónica de sangre con un cruce de cuchilleros que incluye ¿casualmente? a un tal Funes. “Aldao cayó de rodillas, sosteniendo todavía eso inútil en la derecha (...) Asombrado se quedó quieto y asombrado se murió”, es un párrafo digno de las cuerdas del Tata Cedrón.
La segunda parte de la historia es todo el andamiaje que sostiene la parábola con que comienza y acaba la novela; allí el existencialismo cortazariano da vida a personajes que danzan al compás de una necrológica: la muerte de Eva Perón, y un país que, a partir de su deceso, será otro, mientras los sueños de millones de argentinos se irán pudriendo, sin la posibilidad de ser embalsamados como el cadáver.
El resto, necesario nexo entre estas dos partes, será una road movie, con protagonistas de la picaresca vernácula, propios de las disparatadas historias que relatara el Gordo Soriano, por esos pueblitos inverosímiles del interior de la provincia de Buenos Aires.
Benítez define la novela como “del peronismo mágico”, concepto que suena a sarcasmo, si pensamos que el protagonista y narrador profesa ideas yrigoyenistas. Como sea, en la trama que urde las historias se entretejen veladas opiniones ­políticas, que el escritor desarrolla sutilmente y permiten una segunda lectura, más profunda e ideológica.