Quiero tener todas las noches esos sueños

Quiero tener todas las noches esos sueños
Mirta Ovsejevich
Ediciones Deldragón, 2018
Novela, 84 pp.

por Rubén Sacchi

Aparecida en simultáneo con su otro trabajo, Gstaad, 1996, esta nouvelle de Ovsejevich es mucho más intimista, como contada en voz baja.
Se estructura inteligentemente como un diario íntimo víctima de un fuerte viento que hubiera revuelto sus hojas y que, al compaginarlas, el escriba hubiese mezclado algunas de ellas.
Cada entrada, la protagonista denuncia tener cierta edad, pero esa suerte de entrecruzamiento la lleva y trae, ora hacia el pasado, ora hacia el futuro, y es el lector quien va componiendo el itinerario correcto.
Los saltos suelen darse dentro de una misma franja generacional, recurso que nos lleva a ir insertando vivencias hasta afirmar una etapa.
En la historia se intuye un gran componente autobiográfico y otra buena dosis de fantasía, aunque describe una vida posible, quizás una proyección de la propia hacia una longevidad apacible. Deseo de la gran mayoría de los mortales.
Hacia la llamada tercera edad, los saltos son hacia adelante, a veces bruscos, como si los años viniesen en alud. No hay retroceso que los frene en su carrera. Entonces, la autora apela a ese comodín que sabemos que está en el mazo y puede salvarnos la partida. Esa carta mágica son los recuerdos, para Mirta vienen en forma de sueños.

La mediocridad y su dones

La mediocridad y sus dones
Mariano Díaz Barbosa
Ediciones Lacre, 2018
Novela, 246 pp.

por Rubén Sacchi

Como es común a toda su obra, Díaz Barbosa ahonda en las profundidades del alma humana y vuelve a teorizar sobre el hecho artístico. Tal como escribiera en su libro Diáspora, sólo “excavando entre el asco y la nada”, el artista logra hallar la iluminación, aunque ésta lo lleve al abismo.
La novela cuenta la historia de un pintor marginal, entrado en años, que asume su “locura por exceso de racionalidad”, su vínculo con la que devendría su musa inspiradora; el hallazgo de su verdad artística y su desbarranco.
En el medio, una cantidad de relaciones que van desde las humanas a las de mercado, referidas con un lenguaje particular que aborda lo descriptivo desde cierta transgresión del standard narrativo, por momentos recordando la prosa de Néstor Sánchez.
Hay un fino trabajo en el detallar qué ocurre en un lugar y en un instante determinados, con precisión de cirujano. Cada elemento y hasta las luces y las sombras cobran protagonismo. La historia es muy visual y sus descripciones cromáticas, propias de un artista plástico. Cada objeto conlleva una analogía figurativa, donde el marco de una puerta tiene “grietas como várices” y transcurren “los minutos cayendo como costras”, llevando a que la metáfora otorgue una carga extra de dramatismo.
La historia es una tragedia de amor, de muerte y de locura. Una dolencia que no termina de definirse, pero puede interpretarse como la enfermedad de la vida, que sólo admite una terapia de curación. El protagonista asume que la verdad del alma es la más grande de todas las mentiras y que “el infinito no puede ser completo. La perfección no puede detenerse. Si lo hace, está perdida”.


Rojos globos rojos



Rojos globos rojos
de Eduardo Pavlovsky
Centro Cultural de la Cooperación
Floreal Gorini
Av. Corrientes 1543, CABA
Sábados 20:30 hs

por Rubén Sacchi

La luz cae sobre dos mujeres, las Popis; su aspecto anacrónico nos remonta al viejo varieté. Entre ellas, emerge la figura de El Cardenal, ataviado como un maestro de ceremonias circense. Ellos vienen a contar la difícil situación que atraviesa la pequeña sala teatral Globos Rojos por culpa de la crisis económica y social imperante. El teatro tiene sus cuentas en rojo y, de no mediar una pronta solución, deberá cerrar sus puertas.


El texto deviene en lo personal. La alocución adopta un carácter íntimo y los personajes van a ir relatando sus vivencias, miedos, proyectos y frustraciones, con evidentes guiños a otros trabajos del notable dramaturgo (La muerte de Margarite Duras; Cerca; Paso de dos y Cámara lenta), recurso más que válido si consideramos la obra de Pavlovsky como un todo que se interreferencia de manera permanente.

Buena parte de los escritos del autor ejercitaron una feroz crítica al posmodernismo. Rojos globos rojos se ubica en el centro de la serie, como bastión simbólico contra la banalización de la cultura y la vida misma. El autor escribió: una cierta ideología que se relaciona con la micropolítica de El Cardenal (…) con una manera de percibir el mundo hoy, pero con una estética diferente”.

El conflicto evidente de los actores encierra otros subyacentes, que hacen a su propia vida y se exhiben como universales: la sinrazón de la vida, la soledad y el vacío en un mundo donde, paradójicamente, lo único real es la ficción. Una frase de El Cardenal lo resume todo: “No actuar significa morir de vacío”.

La puesta de Forteza especula con un esquema semi estático, de escasos movimientos de cuadro, que pone toda la dinámica en un parlamento shockeante y un juego de luces excelente y muy preciso. La crudeza del texto se apoya en crear líneas de fuga, escapando siempre de los territorios duros”, al decir del filósofo y psicoanalista francés Félix Guattari; todo acompañado por una música sobria y un vestuario adecuado.

Pavlovsky decía: "Vivimos en una cultura donde las caras, las imágenes, nos atrapan independientemente de lo que digan”. Por eso, secundando la palabra, el lenguaje gestual cobra una dimensión fundamental que los actores utilizan con destreza. Los sutiles gestos y miradas permanentes refuerzan o contradicen los dichos de El Cardenal y llevan al espectador atento a poner la dosis de dramatismo en cada frase.

Cada minuto que pasa el proceso revolucionario se detiene y nosotros acá, jugando y pasando el tiempo, se lamenta Pipi. Es que Rojos globos rojos, parece querer remarcar desde su título ese color con el que se tiñen la pasión, la sangre y la revolución, tan alejado de los globos amarillos que representan la decadencia y puerilidad de la política actual, tan parecida al país que descibe Pipi, donde "la mayoría de la gente inteligente dependía de un grupo de idiotas". Pavlovsky pintó a El Cardenal como el “héroe de la micropolítica de la resistencia”, una definición que Gilles Deleuze equipara en importancia a la mismísima revolución: “hay que producir microacontecimientos todos los días. Porque los fenómenos de producción de nuevas subjetividades son los que producen el devenir revolucionario”. Ese personaje, enfrentando el final, exclama: Todo no Cholo, todo no se puede entregar, hermano. ¡Todo no se puede entregar! ¡Todo nooooooo! Estrenamos aquí con las Popis, Cholo, hacer teatro aquí es mi manera de resistir, mi única manera de resistir...”.



Elenco:
Jorge Lorenzo: El Cardenal
Lorena Penón y Gabriela Perera: Las Popis

Equipo:
Vestuario: Mario Pera
Música original: Elena Avena
Fotografía: Sebastián Ochoa
Diseño de luces: Horacio Novelle
Prensa: Alfredo Monserrat
Adaptación, dirección y puesta en escena: Christian Forteza.

Los guantes de Zaratustra

Los guantes de Zaratustra
Luis Duarte
Editorial HincoHe, 2018
Cuento, 220 pp.

por Rubén Sacchi

El autor nos acerca un manojo de cuentos y propone lo que él denomina dos máximas. Sentencias que resumirían el contenido del libro y las agrega al final, como una suerte de apéndice. De ese compendio, hago a la vez mi síntesis: habla de, y propone, la liberación.
Héctor Oscar Auger, su prologuista, dice que “Duarte juega, y en muchos casos por el simple juego de jugar a jugar”. Ese juego de palabras nos lleva a analogarlo como una ecuación matemática, en la que se cumple el teorema de “menos por menos en igual a más”, en el presente caso jugar a jugar equivale a hablar en serio.
Hay cuentos simpáticos, emotivos y hasta desopilantes. También los hay entrañables, como El mundo de Sofía, donde se expone en toda su dimensión la labor de estímulo que ejercen los docentes ante el potencial de los infantes.
Abundante en citas nos recuerda, en palabras de Friedrich Nietzsche, que “la única grandeza del hombre consiste en ser un puente y no una meta”. En consonancia, el padre de Raúl, en Color púrpura, dice de la muerte: “Hay que dejar de tratarla como si fuera real”. Y aquí otra vez aparece lo serio como lúdico.
Los guantes de Zaratustra, abundante en humor, es un libro que invita a pensar y tiene actualidad, o quizás sean aplicables a todos los tiempos las ideas del protagonista de La confianza de Luperca: “Si la masa naturaliza aquello que aborrece, entonces, está condenada a vagar entre las garras de las bestias”. Que así no sea.

Paso de dos

Paso de dos
de Eduardo Pavlovsky
Centro Cultural de la Cooperación
Corrientes 1543, CABA
Viernes 22:30 hs

por Rubén Sacchi

"Estoy habitado; hablo a los que fui y los que fui me hablan", comienza el poema Los que fui, del belga Henri Michaux, que describe el desfile de personajes que cada quien crea a lo largo de la vida y que lo interpelan permanentemente. Es que todos nuestros actos, reales o imaginarios, se van a alojar en ese sitio de la psiquis al que llamamos conciencia.


La cultura represiva, por su misma naturaleza, engendra todo tipo de perversiones. Sobre todo las que derivan del poder que se ejerce sobre los demás. Frecuentemente, es el cuerpo el teatro de operaciones donde estas pasiones enfermizas actúan con saña.

Eduardo Pavlovsky dedicó buena parte de su obra a representar diferentes situaciones, inherentes a la última dictadura militar y las relaciones entre torturado y torturador, pero que pueden asimilarse a otros ámbitos y actores ya que, para que se instale el terror general, es imperiosa la existencia de terroristas nominales y de multitudes que lo observen, si no con beneplácito, con silencio cómplice.

Paso de dos propone múltiples lecturas de la relación entre un hombre y una mujer, en la que éste posee el monopolio de la violencia y la dominación, pero se topa con una actitud que escapa a su comprensión -lo que suele suceder con todo acto de resistencia- y lo acorrala en la incertidumbre, desmoronando su estrategia de control. Esa mujer que habita su conciencia lo pone en tensión dialéctica entre la que fue (su pasado) y la que probablemente es o hubiese sido (su presente), cuestión que es incapaz de resolver.

La adaptación notable de Sebastián Berenguer cuenta con muy buenas actuaciones de un elenco que se pone al hombro la difícil tarea de sacar al frente una obra hermética y de complejo parlamento. En su desarrollo, no sólo la palabra prevalece, también los silencios cobran gran fuerza cuando los que hablan son la mirada y los gestos.

En la faz técnica, se destaca una iluminación bien trabajada, a veces plena y por momentos escamoteada, para que el espectador acabe con la composición del cuadro en su imaginación. Acompaña un sonido adecuado y sugerente, todo sobre la escenografía sobria de un departamento.

Una excelente propuesta en la que El entenderá, tras la aparición de Ella que, como concluye el poema de marras, "Nunca se está solo en su pellejo".


Elenco:

María Fernández Vocos
Marcelo Melingo
Paula Morales

Equipo:

Vestuario: Vera Rinaldi
Escenografía: Héctor Calmet
Diseño de luces: Matías Noval
Música original: Martín Pavlovsky
Fotografía: Sebastián Ochoa
Diseño gráfico: Mano Leyrado
Asistencia de dirección: Carolina Peralta
Producción ejecutiva: Sebastián Berenguer, Horacio David
Dirección: Sebastián Berenguer