Palabra calcinada

Palabra calcinada
Veinte ensayos críticos sobre Juan Gelman
María A. Semilla Durán y Jorge Boccanera (Editores)
UNSAM Edita, 2016
Ensayo, 344 pp.

por Rubén Sacchi

El título del volumen es de lo más atinado para denominar a uno de los referentes de la generación que abrazó el fuego revolucionario. Gelman, junto a Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Francisco Urondo, Roberto Santoro o Miguel Bustos ardieron en la pasión popular y dejaron, como herencia, mucho más que simples cenizas.
Osvaldo Soriano, escribía en su relato Casablanca: “La memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita”. Y esa materia viva es con la que el poeta trabaja sus textos. Carlos Monsivais dice: “Cada poema de Gelman es un tejido orgánico donde el último verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último”, quizás por eso no sea una tarea fácil abordar sus poesías “extendidas como testimonio”. Es que su obra interpela y universaliza; duda y explora: “...Hay/ rostros que van de espejo a espejo/ para buscar su nombre” (de Insistencias).
El análisis crítico de su obra importa una tarea ardua. Su lenguaje neologístico sumado a su frecuente utilización de la intertextualidad, que Eduardo Chirinos define en palabras de Julia Kristeva como “el desplazamiento de un sistema de signos a otro”, permite múltiples interpretaciones y lecturas. Sin embargo, Palabra calcinada es una obra necesaria aunque no exhaustiva para abordar ese territorio tan propio y de permanente exilio que es la expresión poética y, dentro de ella, la palabra mayúscula del poeta Juan Gelman.

Las aflicciones

Las aflicciones
Vikram Paralkar
La Bestia Equilátera, 2016
Novela, 152 pp.

por Rubén Sacchi

Lo que suele buscarse en un libro de literatura es que esté bien escrito. Lo que diga, si cuenta con esta cualidad, pasa a ser secundario. Si además el argumento es por demás original, uno se agarra a las páginas y las devora sin poder desasirse de ellas. El caso de Las aflicciones es uno de esos. Con una imaginación superlativa, que raya en el absurdo, y de ribetes surrealistas, expone un cúmulo de enfermedades que pueden hacer las delicias de aquellos lectores propensos a la literatura fantástica. La descripción de cada dolencia es un relato en sí mismo, que puede leerse con el placer de lo primigenio.
Estas historias, enhebradas con un hilo sutil, son la obra en sí misma, mientras que su eje central pasa a ser un agregado, necesario para aunarlas y del que el autor se vale, ya sea para evidenciar el nivel de ironía que posee su humor -uno de los personajes principales es un enano llamado Máximo-, o para formular alguna reflexión filosófica, tal como referirse a la enciclopedia, centro de la novela, impresa en pergaminos de piel de animal, diciendo: “¿Quién sabe cuántos animales se utilizaron para haces esta Encyclopaedia? Una Encyclopaedia para la curación. Escrita sobre la muerte”.
Cada padecimiento conlleva una paradoja. Así, el Torpor morum nos habla de la conciencia de la propia mortalidad y la relación con los demás seres vivientes; el Mal de Bernard refiere a indigentes y pordioseros, a punto de morir de hambre, cuyos recuerdos son de opulencia y extravagancia o el caso de la Intoxicación con Erysifia, una planta cuya infusión actúa de manera similar al suero de la verdad, que concluye con las palabras de un alquimista: “Todos creemos que la iluminación nos dará placer. Pero ninguno se atreve a mirar directamente el sol del mediodía”.
Vikram Paralkar es de origen hindú y médico de profesión. Ha escrito ensayos científicos que merecieron el premio académico de la American Society of Hematology. Este se supone su primer libro de ficción y vale detenerse a pensar ¿qué bagaje de realidad, acumulada en su profesión, lo llevó al desarrollo de semejante compendio?

Vida de club

Vida de club
Ricardo González
La Parte Maldita, 2016
Cuento, 98 pp.

por Rubén Sacchi

La posmodernidad trajo consigo los llamados “no lugares”, esos sitios tan impersonales que se repiten más allá de la geografía que los contenga o el país que los albergue. Los aeropuertos, los shoppings o los hoteles cinco estrellas son ejemplos acabados de ello, pero existen otros enclaves que resisten esa uniformidad; en general no son espacios que aparezcan en las guías turísticas o de compras; no figuran en las cartografías como hitos destacados. Son pequeñas trincheras construidas en los barrios, donde se preservan la idiosincrasia y la cultura popular: a esos refugios los llamamos clubes.
En algún momento de nuestras vidas, deambulamos por esos sitios y supimos que teníamos allí un lugar de pertenencia. Vida de club recrea las vivencias de diferentes personajes que recorren canchas y vestuarios en ese día a día que, si bien aparenta monotonía construye, por el contrario, las historias que hacen a lo particular de cada individuo.
Desde Núñez hasta Sarandí, de Ranelagh a Palermo, las circunstancias pueden ser universales, pero hay algo que las hace únicas e irrepetibles. Seguramente parezcan hechos sencillos, hasta intrascendentes... casi seguro lo son pero, como decía el filósofo Jean-Paul Sartre: “Para que el suceso más trivial se convierta en aventura es condición, necesaria y suficiente, contarlo”.

Las carnes se asan al aire libre

Las carnes se asan al aire libre
Oscar Taborda
Mardulce, 2016
Novela, 192 pp.

por Rubén Sacchi

Hay escritores que, luego de producida su ópera prima, no vuelven a publicar. Para esos casos, los rumores se encargan de susurrar que los ha abandonado la inspiración, que entraron en el pánico de no poder superar la magnificencia de ese primer trabajo, en el que depositaron todo el talento del que pudieran disponer o que siguen escribiendo en silencio. No sé particularmente si Taborda encaja en alguna de estas categorías, pero personalmente lamento su largo silencio público, y hago esta aclaración porque cuando tenemos entre las manos una obra como Las carnes se
asan al aire libre
cuesta pensar en que ese silencio sea también hacia adentro. Quiero suponer, entonces, que el autor siguió produciendo trabajos de similar talla, los que algún día tendremos la suerte de leer, ya sea de su voluntad o algún necesario émulo de Max Brod.
En la novela hay dos elementos que me son familiares: el paisaje en el que abreva gran parte de la narrativa de su comprovinciano Juan José Saer y un estilo de escritura que, por momentos, me acerca a la prosa de ese notable escritor maldito de nuestras letras que fue -y es- Néstor Sánchez.
La historia trata de la inercia y el sinsentido. De vidas que obedecen a patrones cuasi mecánicos y que, puestos en movimiento, no son capaces de detenerse por sí mismos. Existencias que ni siquiera procuran el disfrute como objetivo y se mueven como cumpliendo con un sino inevitable que nos lleva a pensar en el poema de Raúl González Tuñón: “inocentes como animales y canallas como cristianos”.
No es un clásico road-movie, sucede en el agua, en esa inmensidad verde y marrón que es el delta paranaense. En sólo cuatro días de una salida de pesca, los tres personajes desarrollan facetas de su potencial que ni ellos conocían y que, probablemente, no perduren en el acervo de su embrutecida experiencia.
Uno, el Pelado y el Tercero, tales los nombres de los protagonistas (o su ausencia) abonan un clima de extrañeza, a la vez que de anonimato y universalidad. El mismo texto los define, a ellos y a su errático derrotero: “Obraban guiados por una fuerza tan recta en sus propósitos que podría confundírsela con la voluntad o una ley genética”.
Durante un largo fin de semana saturado de alcohol y en una atmósfera difusa y neblinosa como sus conciencias, los navegantes acuden a la imaginación para desarrollar historias disímiles y extravagantes, en las que llegan a asimilarse a los genocidas que arrojaban los cuerpos de los detenidos-desaparecidos al río o donde el protagonista entra en contradicción con el objeto de su función, como el caso del naturalista que acecha al ornitorrinco para matarlo, aprovechando el relato para describir toda la crueldad a la que puede llegar un ser humano.
Acertadamente, describe el aire como un “cosmos amoral”, en el que priman la insensibilidad ante la vida o la ingratitud hacia quien nos procura hospitalidad.
Con un final abierto, aunque a lo largo del texto algunas pistas delatan cierto futuro, el autor maneja un clima que no da tregua, que mantiene las tensiones al límite, que siempre deja la mecha muy cerca de la llama, con una alta probabilidad de que cualquier viento, por mínimo que sea, las junte.

Desparpajo. Sucio sin fin.

Desparpajo. Sucio sin fin.
de Sandra Medina
Mimoteatro Escobar-Lerchundi.
Defensa 611, CABA
Sábados de agosto y septiembre, 21:30 hs.

por María Antonacci García

Como en una moderna stultifera navis, deambulan un hombre y siete mujeres intentando exorcizar sus propios demonios, encerrados en sí mismos sin lograr en ningún momento dejar de lado su obsesión. En una búsqueda constante dan vueltas siempre sobre las mismas huellas de su locura, que ahondan aun más. Limpian compulsivas, como si quisieran llegar hasta la médula para borrar cualquier desvío del único y rígido camino posible. Registran minuciosas el más mínimo detalle. Se buscan en el cuerpo una y otra vez para sentir y darse cuenta de que están vivas. Las angustia la alienación cotidiana, repiten los mismos gestos hasta el cansancio, corren sin saber adónde van. Se resisten y vuelven a caer. Tienen miedo, abren una puerta pero no se animan a salir y se congelan en el punto de partida para volver a empezar. Cada personaje está encasillado de manera definida y clara y desde allí envía su mensaje de miedo, de soledad y también de humor, en un perfecto y significativo ensamble corporal desde el que se retroalimenta y exaspera.


La música, muy bien elegida, marca los tiempos en este excelente espectáculo que combina técnicas de danza, mimo y teatro físico, donde las palabras casi no existen ni son necesarias para poner de relieve la angustiante falta de rumbo que produce en la humanidad el siglo que comenzó hace poco. Los intérpretes demuestran un destacado nivel de solvencia, dejando todo su bagaje de experiencia y su emoción en el escenario. El desarrollo técnico es una cabal demostración de los años de esfuerzo de cada uno de ellos, que se muestran como un grupo homogéneo y perfectamente compenetrado, fuerte y vital.

Sandra Medina, coreógrafa y directora, despliega en Desparpajo toda su creatividad y potencia, logrando una obra acabada y plena de simbología, sin fisuras. Demuestra una vez más su talento que crece con el tiempo.

Una obra necesaria, que nos hace preguntarnos, en la era de Pockemon Go, cuando la realidad se trivializa hasta hacerla perder sentido y quedamos a solas con nuestro horror, si la locura será la única salida.


Equipo:

Actúan:
Adriana Lanteri
Carolina Villa
Daniela Beron
Florencia Poma
Gina Muerza
Jenifer Ferraro
Mariano Damonte
Melina Forte

Realización de Vestuario: Danais Anja Bozac
Fotografía: Diego Carrizo
Iluminación: Vilo
Diseño Grafico: Estefanía Aguero
Idea, Dirección General y Coreográfica: Sandra Medina
Prensa: Eva Candendo Prensa Mimo Teatro Danza.