De diez en diez



Un relato ausente
de Pablo Baca
Intravenosa Ediciones, 2009
Poesía

por Elena Bossi

En 2000, hace diez años, presenté He visto vivir, el segundo libro de poemas de Pablo Baca, editado por la Universidad Nacional de Jujuy y lo que entonces era la Secretaría de Estado de Cultura de la Provincia de Jujuy. Su primer libro de poesías, que curiosamente lleva el título de Cuentos de la mujer y el solitario, data de 1989 y fue editado por la entonces Dirección Provincial de Cultura de Jujuy. Ahora, en este noviembre, me conmueve tener a cargo la presentación de Un relato ausente -Intravenosa ediciones-.
Su título recuerda el juego de géneros del primero: poesías a las que se les da el nombre de “cuentos” o de un “relato”. El epígrafe de Mark Strand sirve a modo de declaración para explicar lo de “relato” y, sobre todo, lo de “ausente”. Strand concibe el poema narrativo como relato ausente; esta ausencia se contagia al poeta y al lector que desaparece mientras aquel está todavía hablando. Estos relatos ausentes, según el subtítulo, fueron “escritos en la niebla” -que todo lo disuelve y desdibuja más todavía- y “reescritos” (es decir borrados o tachados y vueltos a escribir)- al “atardecer” -cuando el día se va borrando-. Dividido a su vez en cuatro libros que van desde los poemas más recientes hacia aquellos lejanos cuyas palabras el poeta ya no reconoce como propias, el volumen se presenta como los restos de un naufragio, aquello que permanece y se puede recoger a lo largo de una existencia.
Una mirada lúcida y nostálgica por la vida que se escurre, por lo poco que queda entre las manos, por lo mucho que se pierde y se olvida. Una vuelta de tuerca: se dice diciendo que no se dirá y las palabras y los lenguajes se arrastran como una carga pesada, una responsabilidad, por momentos, una deuda que se paga. Hay en el poeta una conciencia del modo en que lo ausente permanece en el recuerdo y en las palabras a pesar de su relación contradictoria con ambos:

Yo estuve a un costado de las vías del tren. Era verano
y por atrás de las cañas, corría una acequia. Había una
mesa y estaban mi padre y unos hombres. Esa
imagen es lo único que queda; lo demás ha sido
cortado por el vacío.

Fraile Pintado. Así dijo mi padre. Me llamó la atención
el nombre. Después he vuelto y lo recorrí de punta a
punta. Las vías estaban cubiertas de yuyos y no había
ninguna acequia.


Se escribe sobre lo que se pierde y se lo rescata diciendo que es imposible rescatarlo y advirtiendo al mismo tiempo que la belleza y la poesía no existirían de no ser por esa ausencia latente que amenaza, por ese naufragio. Se escribe para dar cuenta del tiempo y de la belleza que románticamente van siempre de la mano, pues el tiempo se escapa y esta condición nos hace temblar frente a la belleza.
Lo único que nos redime de la muerte es lo cotidiano: la mujer y los hijos seguros en casa al llegar la noche y algunas imágenes que logramos retener; el resto se resuelve en aceptar la nada y el sentido con el que podamos recubrirla.

Las distancias aumentan con la muerte.
Ya mi padre no puede atravesar el puente,
ir desde su casa a la ciudad.
Sus caminos han sido suprimidos;
todo es para él demasiado lejos.
Voy viajando a través de la frontera
y recorro una carretera que sigue y sigue.

Experiencia, Sensibilidad y Dialéctica


Manhattan Song (Cinco poemas occidentales)
de Luis Benítez,
Ediciones El fin de la noche, 2010
Poesía, 58 pp.

por Juan Arabia

“Luego el vaso blanco de su delicado y dignísimo gesto
Entre saltos y reverencias y miradas a otra parte
Sin abandonar el otro lado desde donde no nos miraba”.
Underground New York

Rescatar un momento histórico, “recuperarlo” en el sentido de fijar sus condiciones materiales, sociales y estéticas, significa –al menos en el ámbito de la poesía- un gesto además de heroico, imposible.
Tan difícil como explicar las causas que hicieron al hombre el portavoz de la poesía: género relativamente autónomo del ser; caprichoso, austero, esclarecedor de una fugacidad temporal y verídica.
Recuperar vestigios, combinar en ellos las grandes narrativas y los grandes estilos con la misma experiencia, supone no sólo la recreación de un sentimiento, sino también de una circunstancia, un tiempo y un lugar.
Dos palabras convendría por ahora retener para acercarnos al menos de una manera superficial a los gigantes cinco poemas que reúnen paradójicamente este pequeño volumen: sensibilidad y experiencia.
Pero es preciso, antes que nada, entender lo que estos términos nos han querido decir en un pasado no muy lejano.
Deberíamos desprendernos, primero, del sesgo de la sensibilidad como una cualidad personal, es decir emotiva, para reencontrarla con lo propuesto por T.S. Eliot en tanto disociación de la sensibilidad: una supuesta disyunción entre “pensamiento” y “sentimiento” que necesita ser unificada.
La misma generalidad, podríamos encontrarla también en la palabra experiencia, es decir, una experiencia que no sólo nos hable de lo vivido o lo conscientemente sujeto a una condición o estado. Podríamos pensar también en Blake o Burke, que en un mismo momento se atrevieron a comprender la experiencia en contraste con la inocencia.
Incluyo esta mínima reflexión, puesto que el mismo lector encontrará una advertencia muy parecida –y mucho más clara y bella- en el prólogo que reúne a los cinco poemas occidentales del Manhattan Song: “Hay aquí detalles que pertenecen a la realidad y otros que provienen directamente de la imaginación (…) todo poema es un fractal, una pieza anómala que altera el sistema al que corresponde, modificándolo y siendo modificado por otras parte del conjunto, en este caso, un libro”.
Y es que me atrevería a conjeturar que el lector no se enfrentará ni con un “poema” ni un “poeta”: el poema vendrá a sustituir lo que no se hace presente. Benítez nos invoca a un lugar vacío en muchos de sus versos, momentos que se inscriben fuera del tiempo y de lo discursivo.
¿Cómo llenar ese vacío? ¿Cómo recuperar lo perdido de la secuencia simbólica que a la vez vislumbra y traiciona ese mismo momento, dejándonos solos en medio del intelecto de la Nueva crítica, en la cueva que proponían esconderse los Confesionalistas, en el mural que proponía derribar la Generación beat?
Toda escuela, movimiento poético, estilos y vanguardias confluyen y se bifurcan en el Manhattan del multiculturalismo; la voz de Benítez deja de ser literal, se rompe y cada página se transforma en muchas voces.
Se trata de advertir al lector de un gesto que es promulgado por el mismo Benítez, pero que seguramente, es superado y doblegado de manera inconsciente por su cualidad misma de poeta.
Y es aquí donde me gustaría introducir una nueva palabra representativa del Manhattan Song: dialéctica vivencial y poética.
Luis Benítez no sólo nos presenta un determinado momento histórico, la sensibilidad misma confluye con su experiencia de escritor sudamericano, que lejos de su tierra natal intenta pero no puede cambiar de vestimenta: una cultura que lo ha atravesado se mezcla dentro de una nueva cultura que lo atraviesa en tiempo presente.
Comenzamos pronto a ver, a sentirnos extranjeros pero cómodamente. Ni Jim Morrison, ni la esplendorosa vista al Central Park o la misma Japanese Food, logran enajenar al amigo hispano que sabe que no hay un piso para él en aquella rota “pocilga”, del bárbaro que circula “en la farsa de Roma”.
La vida cotidiana se presentará sórdidamente. Tanto “Una tarde en el jurásico” o “Garbo´s building” nos ofrecen incluso hasta un trabajo etnográfico, que reconstruye con el registro directo las voces mismas de los personajes la vida de la clase obrera, de una raza o etnia en particular.
Es un Manhattan donde confluyen y se vislumbran los orígenes de la migración europea de principios de siglo. Una ciudad que se apodera del poeta y que desde su ventanales más íntimos logran y sienten ser sólo uno: desde un criminal, un drogadicto, hasta una asustada mujer universitaria que teme caminar por las calles en la noche.
Manhattan, entonces, no será más que una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea.
Si bien esta dialéctica, como dijimos, es representada temáticamente, encontraremos también en su forma retórica y enunciativa un nuevo desafío.
Dialéctica poética, por tanto, en el sentido de cómo se construyen los cinco versos occidentales: podríamos decir que sólo nos queda un idioma que nos permite leer; una moneda gastada, casi destruida, pero que sin embargo todavía insiste en su valor de cambio.
Benítez se valdrá, para realizar semejante empresa, de una pluralidad poética que no lo define sólo como escritor, sino como uno de los lectores más importantes del género en nuestro país.
Desde las improvisaciones de la Escuela de Nueva York, hasta romper con ellas; desde el Vallejismo que pulveriza formas estéticas y gramaticales, hasta hacer de ese acto lo representativo de la poesía; Benítez, con la síntesis de Borges por momentos, con el delirio exacto, medido y comprensible de Dylan Thomas, con su pluma misma hoy día ya inconfundible, nos deja un retrato necesario y maravilloso del género.

Si el lector permite las comparaciones, me gustaría terminar este breve artículo recordando otro gran poemario, que sin dudas el tiempo lo convertirá en hermano del Manhattan Song: hablo de Poeta en Nueva York, de García Lorca.
Como sabemos, los hermanos no sólo presentan similitudes –podemos pensar en el valor cultural emergente de ambas obras, por ejemplo- sino también claras y evidentes diferencias. Lo más importante del contraste, sin dudas, estriba en que Lorca intentaba denunciar un determinado modelo de sociedad; mientras que en Benítez lo denunciado ya se encuentra incorporado en su cuerpo, en sus palabras, en lo fijado nuevamente sobre la ennegrecida huella de la muerta hoja.
Que sean del lector y del poeta las últimas palabras:

“Aunque con pesar los modernos debamos
Lamentarnos de no poder escribir
Una larga oda de maldiciones
Al que cien años antes plantó
La encina que casi nos aplasta,
Como podía Quinto Horacio,
Ésta sigue siendo una buena inocencia”.

No tengo tiempo


No tengo tiempo
María Pía López
Novela, 120 pp.
Paradiso Ediciones, 2010

por Rubén Sacchi

Una vieja canción del grupo de rock Manal, compuesta por Javier Martínez, sentenciabaa: “... No hay tiempo de más, no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto: igual...”, ese pánico de Cronos parece coincidir con la advertencia que abre el volumen: “la acción interna de la novela no es otra cosa que una lucha contra el poder del tiempo”. Sin embargo, la confrontación va más allá del tiempo porque, si bien éste es sinónimo de eternidad, para los humanos significa la muerte y esa es la real fobia que recrea la narradora.
La historia es el recorrido en la vida de una mujer adulta durante escasos once meses, a través de su diario íntimo. Elige ese medio porque todo es mentira, asevera, salvo, tal vez, la escritura; nada de fotos o recuerdos que nos confronten con un pasado del que no aceptamos el exilio.
La protagonista busca, quizás, un paraíso en el frecuente infierno de la soledad. Por las páginas desfilan las relaciones familiares, afectivas y amorosas. También todos los conflictos que puede arrastrar la única viva de cuatro hermanos que murieron al nacer antes que ella. La culpa del sobreviviente y la angustia de su existencia la llevan a analizar los hechos desde una perspectiva empirista, donde los nacimientos son “prueba y error” y “el suicida también cree que decidió”. Todo atravesado por la maternidad, que sobrevuela la historia desde el vínculo con su progenitora hasta los hijos que no tuvo.
No tengo tiempo es un libro profundo, que incursiona en el alma humana y se adentra también en el lenguaje, enarbolándolo como única verdad, para luego cuestionarlo evidenciando sus contradicciones: “A tener se llamaba falta, a no tener regla. Es raro el lenguaje”.
La autora es socióloga, ensayista, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Integró el grupo editor de las revistas El ojo mocho y La escena contemporánea. De ella, escribe Liliana Heer: “María Pía López, como Céline, excede la apuesta, pacta fractura, convoca el más acá de la pose, hace experimentar al lector el barro, la tregua, el entusiasmo y el hastío”.