Experiencia, Sensibilidad y Dialéctica
Manhattan Song (Cinco poemas occidentales)
de Luis Benítez,
Ediciones El fin de la noche, 2010
Poesía, 58 pp.
por Juan Arabia
“Luego el vaso blanco de su delicado y dignísimo gesto
Entre saltos y reverencias y miradas a otra parte
Sin abandonar el otro lado desde donde no nos miraba”.
Underground New York
Rescatar un momento histórico, “recuperarlo” en el sentido de fijar sus condiciones materiales, sociales y estéticas, significa –al menos en el ámbito de la poesía- un gesto además de heroico, imposible.
Tan difícil como explicar las causas que hicieron al hombre el portavoz de la poesía: género relativamente autónomo del ser; caprichoso, austero, esclarecedor de una fugacidad temporal y verídica.
Recuperar vestigios, combinar en ellos las grandes narrativas y los grandes estilos con la misma experiencia, supone no sólo la recreación de un sentimiento, sino también de una circunstancia, un tiempo y un lugar.
Dos palabras convendría por ahora retener para acercarnos al menos de una manera superficial a los gigantes cinco poemas que reúnen paradójicamente este pequeño volumen: sensibilidad y experiencia.
Pero es preciso, antes que nada, entender lo que estos términos nos han querido decir en un pasado no muy lejano.
Deberíamos desprendernos, primero, del sesgo de la sensibilidad como una cualidad personal, es decir emotiva, para reencontrarla con lo propuesto por T.S. Eliot en tanto disociación de la sensibilidad: una supuesta disyunción entre “pensamiento” y “sentimiento” que necesita ser unificada.
La misma generalidad, podríamos encontrarla también en la palabra experiencia, es decir, una experiencia que no sólo nos hable de lo vivido o lo conscientemente sujeto a una condición o estado. Podríamos pensar también en Blake o Burke, que en un mismo momento se atrevieron a comprender la experiencia en contraste con la inocencia.
Incluyo esta mínima reflexión, puesto que el mismo lector encontrará una advertencia muy parecida –y mucho más clara y bella- en el prólogo que reúne a los cinco poemas occidentales del Manhattan Song: “Hay aquí detalles que pertenecen a la realidad y otros que provienen directamente de la imaginación (…) todo poema es un fractal, una pieza anómala que altera el sistema al que corresponde, modificándolo y siendo modificado por otras parte del conjunto, en este caso, un libro”.
Y es que me atrevería a conjeturar que el lector no se enfrentará ni con un “poema” ni un “poeta”: el poema vendrá a sustituir lo que no se hace presente. Benítez nos invoca a un lugar vacío en muchos de sus versos, momentos que se inscriben fuera del tiempo y de lo discursivo.
¿Cómo llenar ese vacío? ¿Cómo recuperar lo perdido de la secuencia simbólica que a la vez vislumbra y traiciona ese mismo momento, dejándonos solos en medio del intelecto de la Nueva crítica, en la cueva que proponían esconderse los Confesionalistas, en el mural que proponía derribar la Generación beat?
Toda escuela, movimiento poético, estilos y vanguardias confluyen y se bifurcan en el Manhattan del multiculturalismo; la voz de Benítez deja de ser literal, se rompe y cada página se transforma en muchas voces.
Se trata de advertir al lector de un gesto que es promulgado por el mismo Benítez, pero que seguramente, es superado y doblegado de manera inconsciente por su cualidad misma de poeta.
Y es aquí donde me gustaría introducir una nueva palabra representativa del Manhattan Song: dialéctica vivencial y poética.
Luis Benítez no sólo nos presenta un determinado momento histórico, la sensibilidad misma confluye con su experiencia de escritor sudamericano, que lejos de su tierra natal intenta pero no puede cambiar de vestimenta: una cultura que lo ha atravesado se mezcla dentro de una nueva cultura que lo atraviesa en tiempo presente.
Comenzamos pronto a ver, a sentirnos extranjeros pero cómodamente. Ni Jim Morrison, ni la esplendorosa vista al Central Park o la misma Japanese Food, logran enajenar al amigo hispano que sabe que no hay un piso para él en aquella rota “pocilga”, del bárbaro que circula “en la farsa de Roma”.
La vida cotidiana se presentará sórdidamente. Tanto “Una tarde en el jurásico” o “Garbo´s building” nos ofrecen incluso hasta un trabajo etnográfico, que reconstruye con el registro directo las voces mismas de los personajes la vida de la clase obrera, de una raza o etnia en particular.
Es un Manhattan donde confluyen y se vislumbran los orígenes de la migración europea de principios de siglo. Una ciudad que se apodera del poeta y que desde su ventanales más íntimos logran y sienten ser sólo uno: desde un criminal, un drogadicto, hasta una asustada mujer universitaria que teme caminar por las calles en la noche.
Manhattan, entonces, no será más que una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea.
Si bien esta dialéctica, como dijimos, es representada temáticamente, encontraremos también en su forma retórica y enunciativa un nuevo desafío.
Dialéctica poética, por tanto, en el sentido de cómo se construyen los cinco versos occidentales: podríamos decir que sólo nos queda un idioma que nos permite leer; una moneda gastada, casi destruida, pero que sin embargo todavía insiste en su valor de cambio.
Benítez se valdrá, para realizar semejante empresa, de una pluralidad poética que no lo define sólo como escritor, sino como uno de los lectores más importantes del género en nuestro país.
Desde las improvisaciones de la Escuela de Nueva York, hasta romper con ellas; desde el Vallejismo que pulveriza formas estéticas y gramaticales, hasta hacer de ese acto lo representativo de la poesía; Benítez, con la síntesis de Borges por momentos, con el delirio exacto, medido y comprensible de Dylan Thomas, con su pluma misma hoy día ya inconfundible, nos deja un retrato necesario y maravilloso del género.
Si el lector permite las comparaciones, me gustaría terminar este breve artículo recordando otro gran poemario, que sin dudas el tiempo lo convertirá en hermano del Manhattan Song: hablo de Poeta en Nueva York, de García Lorca.
Como sabemos, los hermanos no sólo presentan similitudes –podemos pensar en el valor cultural emergente de ambas obras, por ejemplo- sino también claras y evidentes diferencias. Lo más importante del contraste, sin dudas, estriba en que Lorca intentaba denunciar un determinado modelo de sociedad; mientras que en Benítez lo denunciado ya se encuentra incorporado en su cuerpo, en sus palabras, en lo fijado nuevamente sobre la ennegrecida huella de la muerta hoja.
Que sean del lector y del poeta las últimas palabras:
“Aunque con pesar los modernos debamos
Lamentarnos de no poder escribir
Una larga oda de maldiciones
Al que cien años antes plantó
La encina que casi nos aplasta,
Como podía Quinto Horacio,
Ésta sigue siendo una buena inocencia”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario