Secreta

Secreta
Lucila Cornejo
Editorial Vinciguerra, 2017
Novela, 360 pp.

por Rubén Sacchi

La autora se mueve en el mismo ambiente que en su anterior novela, Descalza, de lo que puede deducirse que se siente cómoda en ese mar amniótico que es la clase acomodada donde los seres humanos sufren iguales disyuntivas existenciales, con la diferencia de que no todos disponen de tiempo y recursos para atenderlas.
Mercedes, la protagonista, es una mujer adulta pero joven, en la que se manifiestan rasgos de lo más desagradables: egoísmo, ambición y ansias de poder. Si define al país, adhiere a las palabras de su madre: “estamos así porque en el fondo nadie quiere trabajar”. Por lo demás, derrocha un aire discriminador a cada paso, evidenciando una estética que privilegia a los “lindos” que, obviamente, son rubios y un doble estándar en el que el jefe con la secretaria es un viejo verde, pero no así el polista con la pequeña adolescente.
Su ideal de vida se vino en picada desde que su marido la abandonó con la hermana de su mejor amiga y un par de bebés mellizos, sin que mediara música de tango. A partir de allí, y tras la pérdida de su empleo, encuentra asidero económico en un misterioso personaje, mezcla de galán y cafishio, que la maneja a tiempo completo a cambio de muy buena paga, empleo que no dejaría “ni siquiera por sus hijos”.
Bajo el lema “A los ricos, el deber de lo bello, si no, merecen morir”, desea el mundo como un lugar “más estético” sin aclarar desde qué parámetros, hasta que se da cuenta que ese escenario es de “cartón pintado”. Mediante ese clic y tras una serie de fuertes acontecimientos, hay un giro en su pensamiento que busca una alternativa a su vieja visión de “todo a fin de cuentas en esta vida es negociable”.

Los monstruos más fríos

Los monstruos más fríos
Estética después del cine
Silvia Schwarzböck
Mardulce Editora, 2017
Ensayo, 368 pp.

por Rubén Sacchi

Si en cine se habla de monstruos, las memorias cubiertas de más canas pensarán en Drácula, Frankenstein o el célebre engendro que habitaba la laguna; mientras las mentes más jóvenes se remitirán a Godzilla, Freddy Krueger o la aggiornada versión del gorila King Kong. Pero no, el ensayo de Silvia Schwarböck nos muestra que todos ellos, por temibles que parezcan, son seres de sangre caliente. Queda pues un lugar que ocupar, el del más frío de todos los monstruos fríos, y le corresponde al Estado.
Podemos, entonces, decir que el libro habla de la historia del cine, pero en su relación con el aparato de Estado y no lo hace de manera abstracta, sino en toda la interacción con otras artes e inserto en el contexto social que lo produce y percibe a través de la historia.
El trabajo muestra al cine no solamente como un hito en la historia del arte, que cambia la forma de percibirla y difundirla, sino como un elemento disruptivo que influye y modifica a los demás géneros. Si bien en su prólogo aclara que “un sujeto actúa como público cuando espera del arte aquello que le falta a la vida”, rescata la mirada soberana del espectador y analiza todo lo que atraviesa su psicología, concluyendo que la autoalienación de la humanidad “ha alcanzado tal grado que le permite vivenciar su propia aniquilación como goce estético”.
Los monstruos... es un ensayo de gran profundidad filosófica que analiza al cine como herramienta de formación, sus diferentes desarrollos (estético y político) y la actitud de los intelectuales que lo producen y cómo se definen frente a los sistemas de reproducción y difusión.
El cine, un arte del Siglo XIX lleva dos centurias de transformación permanente ¿hasta dónde llegará? La autora concluye:“Los límites del arte los pone siempre la sociedad”.

Saigón

Saigón
Lulú Fernández
Ed. de la Univ. Nac. de La Plata, 2016
Cuento, 100 pp.

por Rubén Sacchi

Las elecciones nunca son azarosas. Escoger Saigón, como metáfora de lo exóticamente lejano, es todo un símbolo. Aunque la generación a la que pertenece la autora no es contemporánea de la gesta vietnamita, ni de The Berkeley Barb. Esa ruptura de lo que aparenta ser inalterable; ese choque de culturas y sistemas, o sea de intereses, se deja ver en estos relatos impiadosamente descarnados. En esa historia central, Fernández contrapone dos aparentes opuestos que no son tales; dos pueblos que combaten entre sí, bajo el designio de una voluntad omnipresente y destructiva: el capitalismo.
Con un buen manejo de los escenarios, en los que despliega gran conocimiento de los lugares más disímiles, su prosa no puede ocultar su formación cinematográfica. Entre oraciones cortas como tomas rápidas, utiliza sus recursos: el travelling en Felices vacaciones; el fundido a negro en Hoy me matan; la cámara lenta en Kai Ming o el cuadro a cuadro en Tango. Todo bajo la agilidad de un buen montaje y los mínimos detalles del guión literario.
En los cuentos hay parte de crueldad, algo de tragedia y mucho de humor negro. Sin embargo uno, Los primos segundos, destila maravilla. Sobrevuela la fantasía necesaria para bajar las cargas antes de abordar Mario y chapa, un fresco social crudo “Sale de su casa con un pedazo de pan humedecido en la mano. Le encantaría salir con un llavero. Guardarlo e inmediatamente dudar si cerró”.
No es un libro suave. Abarca los posibles de la vida misma, esos que hay que recorrer inevitablemente, porque “en el mar no existen los atajos”.

El gallo cantor, cantata


El gallo cantor, cantata
de Juan Gelman y Juan Cedrón
Teatro El Popular
Chile 2080, CABA

por Rubén Sacchi

Corría el año 72 y la dictadura de Lanusse moría matando. La creciente conflictividad social y política había puesto en jaque los sueños de uniforme, pero no iba a ser tan fácil para las mayorías populares recuperar el poder. Como botón de muestra, la masacre de Trelew, el 22 de agosto de ese año mostraba el grado de ferocidad que la bestia, aún herida de muerte, era capaz de desplegar. Una clara muestra de su poderío y a la vez un ensayo de lo que vendría años después.

En ese contexto, el nombre Juan cobraba su dimensión apostólica: Juan Cedrón y Juan Gelman componían la Cantata del gallo cantor, denunciando los crímenes, reivindicando el combate y proclamando, como bandera: “Nadie detiene la Revolución”.


Las cinco pistas que integraban el vinilo eran una sola pieza, sólida e indivisible. Unica y perdurable, como lo es la memoria popular.

Si “veinte años no es nada”, ¿qué son 45? Es que ese es el tiempo que el Tata se tomó para reelaborar la obra, distante de aquella primera versión interpretada y grabada en París por el Cuarteto junto al contrabajista francés François Rabat, Paco Ibáñez y Jaime Torres. Con otra inmediatez, tan urgente como entonces, porque hoy también la democracia sangra y el pueblo pierde a sus hijos necesarios.

Como bien lo define Tomás Bradley, integrante de La Lija, esta versión viene a restañar una zanja abierta entre las generaciones de los 60/70 y la presente, porque integra al Cuarteto Cedrón con ese grupo musical, una banda de músicos jóvenes con viejos compromisos e impronta. El resultado: un disco fresco, de puro arte pero con la dureza y profundidad de aquella grabación histórica.

Del Cuarteto Cedrón no hace falta hablar demasiado. Es icono insoslayable de la música popular y tanguera; también del artista comprometido. La Lija, haciendo honor a su nombre, despliega su enorme talento de manera uniforme, como si lo hubieran frotado con ese papel abrasivo, pero además poseen esa aspereza propia de la vida, de la que hablan sus temas que, pese a ocupar una buena porción del espectáculo, ameritan un show aparte.

Tres momentos transcurren sobre el escenario. Las interpretaciones de La Lija y el Cuarteto Cedrón por separado y un final con la Cantata… a toda orquesta. Un derroche de maestría y versatilidad, de emociones y fuerza. Esa fuerza tan necesaria para alimentar la esperanza en este aciago presente.

CUARTETO CEDRON:
Juan Tata Cedrón: guitarra, voz
Miguel Praino: viola
Miguel López: bandoneón
Daniel Frascoli: guitarrón
Josefina García: violoncello

LA LIJA:

Juan Botello; Sebastián Bradley; Paula Bradley; Tomás Bradley; Florencia Cosentino; Francisco Fernández Sobrino; Nicolás Galpasoro; Federico García; Sergio Iriarte; Ignacio Savid (Arpa, mandolina, bandurria, guitarra, contrabajo, cuatro, piano, violín, viola, acordeón, percusión y voces).

Prensa: Pintos & Gamboa

Amanda y Eduardo



Amanda y Eduardo
de Armando Discépolo
Teatro El Tinglado
Mario Bravo 948, CABA
Miércoles 21: hs.

por Eva Candendo

Cuando en 1931 se estrenó en Barcelona Amanda y Eduardo, España vivía la euforia de la República, con el entusiasmo de un futuro promisorio en lo económico y en lo social. Las mujeres, hasta ese entonces, estaban sujetas al yugo del hogar, rol impuesto por la sociedad y alentado por el estado y la iglesia católica. Al año siguiente pudo ser apreciada en Buenos Aires, donde las condiciones de vida femeninas no le iban en zaga a la de sus pares españolas, tanto, que por aquellos años en las libretas de casamiento donde se colocaba la profesión de cada cónyuge, en el de la mujer se escribía: “quehaceres propios de su sexo”. Las opciones eran pocas: amas de casa si su marido ganaba lo suficiente para mantener el hogar; si no era así, lavar ropa ajena, coser o trabajar en una fábrica. A éstas se las llamaba despectivamente fabriqueras.


Amanda y Eduardo, un idilio en nueve cuadros, alejado del grotesco al que acostumbraba Armando Discépolo, es una obra en la que se ahonda en la psicología femenina de la época pero que la trasciende, porque aún hoy es una constante el desdoblamiento de la mujer entre su deseo y el deber para con los demás. Discépolo escribió este personaje profundo e intenso con gran conocimiento del tema. Amanda, joven y linda, vive con un viejo al que no ama pero que la halaga y, sobre todas las cosas, mantiene a su familia. Se convierte en esclava del deseo y la necesidad ajenos, dejando fluir las circunstancias hasta que aflora el suyo propio encarnado en la figura de Eduardo, joven periodista, pobre y casado. A partir de ahí se debatirá entre ser ella misma o continuar en el falso altruismo de darlo todo por el bienestar de su familia. Se juegan los valores de una sociedad que impone roles y donde las mujeres, sin alternativas por la falta de preparación para otra cosa, transitan su degradación, convirtiéndose en objeto desechable. El “buen juicio” que impone la miseria lleva a la inmolación propia y de aquella a quien dicen amar.

El elenco recorre la dramaticidad del texto con amplia solvencia, demostrando cabalmente la monotonía de la vida sin salida, gritando por momentos la angustia en una reacción que rápidamente se apaga ante lo inexorable. Muy buenas actuaciones, destacándose los protagonistas y el histrionismo de Mirtha Alicia Oliveri, quien arranca francas carcajadas, en el rol de Doña Flora, la madre de Amanda. Excelente el bandoneón en vivo, a cargo de Martín Alfredo Martínez, que ayuda a crear el necesario clima íntimo de la obra. Buenas también la escenografía y las luces.


Elenco

Laura Cañón: Amanda
Fernando Arsenian: Eduardo
Muriel Rebori Mahdjoubian: Elena
Mirtha Alicia Oliveri: Doña Flora
Roberto Scandizzo: Don Ramiro
Federico Shortrede: Leonardo
Martín Córdoba: Micho
Ayelén Garaventta: Elvira
Bandoneonista en vivo: Martín Alfredo Martínez

Equipo:

Vestuario: Celina Barbieri
Realización de escenografía: Camila Tomietto
Diseño de luces: Marcelo Zitelli
Diseño Gráfico: Ayelén Garaventta
Fotografía: Lucía Maricel Vega / José Ignacio Castro
Prensa: Duche&Zárate
Asistente de dirección: Carla Velásquez
Dirección: Marcelo Zitelli

Cuaderno del pirómano

Cuaderno del pirómano
Agustín Campos
De los Cuatro Vientos Editorial, 2017
Novela, 86 pp.

por Rubén Sacchi

Todo hecho artístico habla mucho de su creador, sea por similitud o por antonimia. Sin ser un diario íntimo ni un cuaderno de bitácora, Cuaderno del pirómano se me antoja semejante a lo que el autor escribe de Clint Eastwood por su película Los imperdonables: es un lugar donde poder dirimir sus problemas morales, bajo el manto protector de la ­ficción.
Pese a lo oscuro de la historia, es una novela fresca que transita por un tramo de la vida de Nicolás Costas, un joven que se busca a sí mismo en ese laberinto llamado juventud, plagado de minotauros y en la total ausencia de un hilo de Ariadna que lo guíe a la salida.
Si bien el nudo se presenta como un caso policial, la historia habla de otra cosa. Trata de la complejidad que atraviesa la juventud en una sociedad decadente, con pocas imágenes concretas y abundantes espejismos y de cómo la enfrenta alguien inquieto y cuestionador.
Entre infinidad de citas literarias y fílmicas con las que se acompaña el relato, todo va marchando hacia la paradoja. Los distintos actores se conjugan de manera tal que el final se precipita de acuerdo a un concepto vertido al inicio: “La información hoy siempre nos llega mediatizada, al punto de que a veces llego a creer que a lo mejor lo real ni siquiera existe”.

El baile de la yegua


El baile de la yegua
Eduardo Silveyra
Expreso Nova Ediciones, 2017
Novela, 64 pp.

por Rubén Sacchi

“Yegua, puta y montonera”, tales los apelativos con que se la denominó a la ex presidenta Cristina Fernández, tratando de ofenderla. Claro, para el gorilaje son palabras despectivas. Será que todas se vinculan a lo popular y eso es pecaminoso para la clase dominante. Esa en donde las mujeres son finas de modales y nunca putas, sino de conducta liberal en aspectos amorosos. Por el tercer mote, la sola mención de la palabra les produce una urticaria insoportable.
Dejando de lado las posiciones favorables o no a su gestión, es innegable que marcó un hito en la política nacional. Por ello, Silveyra la toma en su sola dimensión de yegua, como objeto de deseo en el que dos pulsiones se conjugan: la del sexo y la del poder.
La historia tiene sabor a barrio, a barrio de historia peronista, y si trata de monstruos sagrados, sólo faltaba la aparición de El Pisto, el legendario Jorge Pistocchi, fundador de una de las revistas de rock y cultura alternativa más importantes de la Argentina, en plena dictadura militar: Expreso Imaginario.
El autor maneja un lenguaje certero y su impronta lamborghiniana es de lo más adecuado para el clima cuasi grotesco que va in crescendo, mientras se arma la fiesta con Cristina como invitada central. Por si quedaran dudas, el guiño es más que evidente: “Tengan cuidado con el estanque de los camalotes, a ver si meten las patas en la fuente”.
Los infaltables choripán y vino dan paso al final, trágico o premonitorio, como si fuese una lógica nietzscheana del peronismo: después de la fiesta hay un muerto pero, mientras se sustancia un animado velorio, ya se habla de resurrección.

Sombra vana



Sombra vana
Jane Hervey
La Bestia Equilátera, 2017
Novela, 272 pp.

por Rubén Sacchi

“Ciertamente el hombre pasa como una sombra vana, y así en vano se conturba: atesora y no sabe para quién congregará aquellas cosas”. Las palabras del clérigo ante el féretro de Alfred Winthorpe expresan la idea que da título al libro.
En una situación de lo más sencilla y cotidiana, como lo es la muerte de un anciano, la autora despliega una inteligente trama de intereses y actitudes que van marcando el ritmo del relato. La desaparición física del jefe de la familia, un ex-militar que no era precisamente muy amado, no implica su ausencia total, ya que su fantasma parece seguir allí y su voluntad se agiganta en la firmeza de su testamento, mediante el que sigue manejando los destinos del grupo.
Esa circunstancia deja aflorar una infinidad de conflictos no resueltos, donde juegan los celos, las infidelidades y los desencuentros de pareja. Todo en medio de un clima denso, en el que lo económico domina y las diferencias de clase social se muestran evidentes.
El industrial y ensayista francés Auguste Detoeuf, dijo: “Un buen entierro no se improvisa: es preciso consagrarle la vida entera”. Un sarcasmo muy cierto, aunque en la novela todo se le dedica después. La historia se precipita desde ese punto y se disponen los preparativos para la despedida que durará cuatro días y en los que todo se desarrolla y revela.
Ante lo inapelable, hay una reflexión de la pérdida: “Su rostro estaba lleno de dolor (...) no por lo que había perdido, sino por lo que nunca había tenido la fuerza de buscar”; también la hay del desamparo: “Aquello era el fin. El pasado estaba muerto y sellado en esa caja de madera. (...) los viejos tiempos se alejaban para siempre”. La muerte del coronel representa magníficamente la transición de dos épocas, es un ícono de ruptura. Un parto, doloroso como todos, pero necesario para dar oportunidad a una vida nueva.

Encefalografía de un hombre sensible



Encefalografía de un hombre sensible
de Martín Montes De Oca y Jorge Rua
Teatro El Desguace
México 3694, CABA
Domingos 18:30 hs.

por Rubén Sacchi

Dos amigos se encuentran en un bar. Uno es un oscuro oficinista preso de la gris rutina, que tan bien pinta Roberto Arlt en sus aguafuertes; el otro, un pícaro que está más allá del bien y del mal y aprovecha sus pocas luces para divertirse a su costa, sumergiéndolo en profundas disquisiciones y entregándolo a la máxima Tuñoniana de “con la filosofía poco se goza”.


En 1962, el cineasta aragonés Luis Buñuel filmó una de las películas más geniales y controvertidas de su serie mexicana: El ángel exterminador. En ella, un grupo de burgueses regresa de una función de ópera a su mansión para disfrutar del resto de la velada. Cuando los invitados deciden partir a sus casas, se dan cuenta de que no pueden salir. Algo similar les pasa a los protagonistas de Encefalografía de un hombre sensible, encerrados en un bar en una noche eterna en la que el tiempo parece haberse detenido. El Gallego, dueño y mozo del lugar, remeda al nuevo emisario apocalíptico.

La pieza plantea varios interrogantes, uno de ellos es "¿Cómo se construye la realidad?”. En la sociología contemporánea hallamos una primera explicación. Los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann proponen en su tesis que “la realidad se construye socialmente”, premisa que los actores desarrollan sumándose uno a uno a la percepción de que algo terrible sucede.

El Gallego asiste a la agonía de la concurrencia impasible, tomando notas en un cuaderno, por lo que bien la historia puede ser una ficción propia de su imaginación o lo que ellos llaman “un agujero de gusano”, que no es otra cosa que el atajo por alteración del espacio-tiempo que retomó Einstein en su Teoría de la relatividad.
A partir de asumirse en medio de ese túnel, los protagonistas en su desesperación proponen diferentes alternativas, que incluyen el suicidio. Muchas alimentadas por el Gallego, en su papel ambiguo de ángel y demonio. Los parlamentos su construyen con una riqueza atrapante, apelando a lo más profundo de la filosofía que puede abordar el hombre común ante lo desconocido y amenazante.

Basada en textos de Roberto Arlt, Leopoldo Marechal y Enrique Carné, la obra propone una mirada al comportamiento humano en situaciones límite y en lo particular a las pequeñas miserias que componen la cotidiana existencia.

Buen trabajo actoral, sin fisuras. Una curva narrativa in crescendo que mantiene en vilo al espectador, sólo suavizada por abundantes sarcasmos e intervenciones humorísticas que distancian por un momento del drama presenciado. Un buen manejo de luces y sobria escenografía completan esta propuesta que vale la pena acompañar.


Elenco:

Rubén González
Alberto Raul Nores
Pablo Trevisan
Jorge Rua


Equipo:

Escenografía e iluminación:Félix Padrón
Diseño de vestuario: Liliana Piekar
Música incidental: Jorge Rua
Diseño gráfico: Inés Viqueira
Técnica: Rocío Nani
Asistencia de dirección: Alicia Ricagni
Dirección: Jorge Rua y Gabriela Blejer