Amanda y Eduardo
de Armando Discépolo
Teatro El Tinglado
Mario Bravo 948, CABA
Miércoles 21: hs.
por Eva Candendo
Cuando en 1931 se estrenó en Barcelona Amanda
y Eduardo, España vivía la euforia de la República, con el entusiasmo
de un futuro promisorio en lo económico y en lo social. Las mujeres, hasta ese
entonces, estaban sujetas al yugo del hogar, rol impuesto por la sociedad y
alentado por el estado y la iglesia católica. Al año siguiente pudo ser
apreciada en Buenos Aires, donde las condiciones de vida femeninas no le iban
en zaga a la de sus pares españolas, tanto, que por aquellos años en las
libretas de casamiento donde se colocaba la profesión de cada cónyuge, en el de
la mujer se escribía: “quehaceres propios
de su sexo”. Las opciones eran pocas: amas de casa si su marido ganaba lo
suficiente para mantener el hogar; si no era así, lavar ropa ajena, coser o
trabajar en una fábrica. A éstas se las llamaba despectivamente fabriqueras.
Amanda y Eduardo, un
idilio en nueve cuadros, alejado del grotesco al que acostumbraba Armando
Discépolo, es una obra en la que se ahonda en la psicología femenina de la
época pero que la trasciende, porque aún hoy es una constante el desdoblamiento
de la mujer entre su deseo y el deber para con los demás. Discépolo escribió
este personaje profundo e intenso con gran conocimiento del tema. Amanda, joven
y linda, vive con un viejo al que no ama pero que la halaga y, sobre todas las
cosas, mantiene a su familia. Se convierte en esclava del deseo y la necesidad
ajenos, dejando fluir las circunstancias hasta que aflora el suyo propio
encarnado en la figura de Eduardo, joven periodista, pobre y casado. A partir
de ahí se debatirá entre ser ella misma o continuar en el falso altruismo de
darlo todo por el bienestar de su familia. Se juegan los valores de una
sociedad que impone roles y donde las mujeres, sin alternativas por la falta de
preparación para otra cosa, transitan su degradación, convirtiéndose en objeto
desechable. El “buen juicio” que
impone la miseria lleva a la inmolación propia y de aquella a quien dicen amar.
El elenco recorre la dramaticidad del texto
con amplia solvencia, demostrando cabalmente la monotonía de la vida sin
salida, gritando por momentos la angustia en una reacción que rápidamente se
apaga ante lo inexorable. Muy buenas actuaciones, destacándose los
protagonistas y el histrionismo de Mirtha Alicia Oliveri, quien arranca francas
carcajadas, en el rol de Doña Flora, la madre de Amanda. Excelente el bandoneón
en vivo, a cargo de Martín Alfredo Martínez, que ayuda a crear el necesario
clima íntimo de la obra. Buenas también la escenografía y las luces.
Elenco:
Laura Cañón: Amanda
Fernando Arsenian: Eduardo
Muriel Rebori Mahdjoubian: Elena
Mirtha Alicia Oliveri: Doña Flora
Roberto Scandizzo: Don Ramiro
Federico Shortrede: Leonardo
Martín Córdoba: Micho
Ayelén Garaventta: Elvira
Bandoneonista en vivo: Martín Alfredo
Martínez
Equipo:
Vestuario: Celina Barbieri
Realización de escenografía: Camila Tomietto
Diseño de luces: Marcelo Zitelli
Diseño Gráfico: Ayelén Garaventta
Fotografía: Lucía Maricel Vega / José Ignacio Castro
Prensa: Duche&Zárate
Asistente de dirección: Carla Velásquez
Dirección: Marcelo Zitelli
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