Pompidú
Pompidú
Catalina Piotti
Editorial Dunken, 2018
Teatro, 80 pp.
por Rubén Sacchi
No Pompidou. Nuestra heroína escribe como pronuncia y esa particularidad la afinca en este suelo. Erica, de ella se trata, rebosa de creatividad plástica, pero una pesada cadena la aferra al mundo de su departamento. Esa cadena no es la locura que se le adjudica desde la sentencia psiquiátrica y familiar, es precisamente ese diagnóstico y su tratamiento lo que frenan su vuelo y achatan su arte.
Ella, como mecanismo de autodefensa, crea un compañero imaginario, Inti, que ilumina sus días como el legendario dios Inca. A través suyo, y reemplazando los fármacos por pastillas de menta, puede desplegar su potencial, “la intensidad no tiene tiempo para dormir: es el elixir de los valientes”. Inti la libera de la opresión familiar que, quizás con buenas intenciones, la prefieren domesticada, sentencia: “Anestesiar los vaivenes de la existencia es extirparle al alma su costado más verdadero”.
La historia trata del opuesto locura-cordura y las relaciones familiares, con un padre ausente y una tía que intenta manejar la situación, inevitablemente desde otra frecuencia. Y el lector no puede menos que interrogarse ¿está loco quien comprende que “la humanidad sigue socavando los pocos recursos que le quedan”? ¿quien afirma que “la plata da poder y el poder da miedo”?
Pompidú es una obra fresca, que interpela a la sociedad como mecanismo represor, como molde o rasero de sus sumisos miembros. Una sociedad de la que, deduce, “¡se la pasan durmiendo! pero no sueñan jamás”.
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