Sin tiempo, Sin memoria

Sin tiempo, Sin memoria
Pipo Lernoud
Conexión Tierra, 2006
Poesía, 86 pp.

por Rubén Sacchi

Imposible hablar de los años fundacionales del rock nacional sin que aparezca la figura de Pipo Lernoud como uno de sus pioneros y más pertinaces impulsores.
Los escasos medios de difusión de aquella cultura -inspirada en el amor y la paz pero no como algo abstracto, sino como práctica concreta para hacer del mundo algo que merezca la pena ser vivido- contaron con su impulso vital, teniendo en el mensuario Expreso imaginario un referente, ya no del acontecer musical, tanto como de las diferentes alternativas que se daban en el mundo del arte y que las nuevas generaciones pedían a gritos para escapar a la chatura imperante, que era propugnada -de arriba hacia abajo- por el poder militar que se había enseñoreado de la Argentina.
¿Cómo no recordar la Guía práctica para habitar el Planeta Tierra? que se manifestaba como otra zona de lucidez implacable o las peripecias del pequeño Little Nemo in Slumberland, con su bagaje de sueños y humor.
Las experiencias alucinógenas, la vida comunitaria y las prácticas nómades fueron los tránsitos obligados en esos años de búsqueda obsesiva de una salida interior que, a la vez, tuviera que ver con el resto del mundo y con una nueva sociedad.
En ese marco comienza la producción poética volcada en Sin tiempo, sin memoria. Transita todos esos caminos y llega más allá. Los caminos recorridos provocan en el autor una síntesis abrumadora, llega a la conclusión de que “Para misterio, me alcanza el mundo real”.
El libro comienza por el final y el verso que lo abre es un balance lapidario tras cuarenta años de poesía: “No sabemos vivir, no sabemos”. Una reflexión crítica de una existencia que podría ser hermosa y que el ser humano se obstina en malograr. Por eso, la ignorancia ante el ciclo de la vida: “imposible saber adónde vamos/ mientras el mar vuelve al mar/ y la planta a su semilla” que sólo deja una certeza, reproducida en una frase de Silvia Bustamante en el poema Junco a Wang Wei: “Nada nos destruye porque somos lo que nos pasa”.
Todo el trabajo mantiene una línea. Cuatro décadas de experiencias y sueños que llegan a descubrir que “todos somos el mismo,/ no hay nombre ni fecha”, eso que parece tan sencillo pero que se aprehende “...llevando/ (...) todo el subdesarrollado temor/ acumulado pacientemente en noches de comisaría/ y soledad”.

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