Flores en la boca
Mariel Manrique
Paradiso Ediciones, 2013
Poesía, 104 pp.
por Rubén Sacchi
Indagar para romper. Esa es la premisa del libro, un trabajo que bucea en las estructuras para destruirlas. No en vano, en el capítulo Arizona -que inevitablemente recuerda el desierto- escribe: “No es posible obedecer y ponerse a salvo”, para luego interrogarse: “cuánto se tarda en salir de casa”.
Nacer a la vida (“reemplazamos los rituales sangrientos/ al pie de los altares familiares”) siempre es traumático como todo parto, pero da derechos por eso afirma: “la sed que el dolor ha emancipado”.
La infancia sin la enorme figura paterna, con jerarquía de prócer (“Mirar los pedestales, vacíos”), es otra ruptura, como la que propone de su esquema educativo donde dos más dos suman cinco.
La segunda parte, Anábasis, quizás aluda a aquella épica derrota, repleta de muerte y traición. Aquí el Padre es, además, Dios y la Patria que exigen sacrificios: “El hijo sangra en el nombre del padre” ó “Según la lógica del Padre,/ que hace, de sus hijos, sus soldados”, en clara alusión a la guerra de Malvinas, declarada en medio se una realidad aterradora (“Si el picaporte se mueve, temblar”).
La desaparición de un ser querido es la suma de todas las pérdidas, sobre todo cuando esa contingencia es forzada. La poeta se refiere al secuestro de Ester Silvia del Rosario, hermana de la actriz y cantante Liliana Felipe: “...la hermana que no está se escapa cada día/ para resucitar en todo lo que ella es./ Perdura y persevera”; augura que “los desaparecidos se encuentran entre sí”. Pese a todo, apuesta al futuro: “Mi industria será empujar la rueda,/ pacientemente empujar hasta leer/ al menos una línea del mundo que perdimos”.
En medio de un trabajo repleto de añoranzas del pasado, de pérdidas y despojos, Manrique se afirma en su cuerpo, define su sexo, que le pertenece por convicción: “Mi tajo es un accidente de la naturaleza./ A mí me toca convertirlo/ en una declaración de voluntad”, pero es conciente de la precariedad de esa envoltura pasajera que acumula marcas a lo largo de la vida: “La fragilidad de los cuerpos habla en la cicatriz”.
Por último, este singular volumen dedica un capítulo a Ayrton Senna, el corredor brasilero que murió tras accidentarse en una competencia en Imola. Unos versos denuncian el trabajo infantil: “...no hay azar sino cálculo en las fábricas/ donde tosen los niños”, palabras que afirman el compromiso de la poeta con la realidad.
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