Madre noche
Kurt Vonnegut
La Bestia Equilátera, 2016
Novela, 240 pp.
por Rubén Sacchi
Esta reedición reafirma al autor no sólo en su carácter de gran escritor, sino también en el de cuestionador de los paradigmas sociales. La humanidad se autoinflige el más tremendo flagelo, que es la guerra. Ésta, tras un real motivo económico que la desata, provoca y evidencia otras cuestiones, no menores, que ponen en tela de juicio la primacía inteligente de la especie. Una de las más generalizadas es la xenofobia y la discriminación en sus diferentes formas. Quizás, la que más se instaló en el imaginario colectivo fue la que el nazismo encarnó contra los judíos, pero hablo de instalada, porque en esa misma arremetida fueron también masacrados judíos, negros y homosexuales, aunque quienes dejaron más vidas fueron los comunistas, sin importar su credo.
Madre Noche habla de esos crímenes, pero desde un tiempo diferente: el de la guerra fría. También lo hace desde un lugar diverso: el espionaje y contraespionaje como generadores de políticas contradictorias, que lejos de auxiliar a las víctimas las utilizaban como corderos sacrificiales, necesarios para lograr el triunfo final sobre el enemigo.
Kurt Vonnegut fue reclutado como soldado en la Segunda Guerra Mundial, de esa experiencia, seguramente, proviene su literatura antibélica y humanista. Como prisionero, asistió al bombardeo de la población civil de Dresde por parte de las fuerzas aliadas con un saldo de 135 mil muertos, dos veces las víctimas de Hiroshima. Eso explica frases como “la guerra debe ser muy sexy para los americanos”.
Otros tópicos de carácter bélico, por demás actuales, se cuelan en estas páginas, como la posición de Israel respecto de Palestina, así un soldado sionista relata como Jasor, ciudad palestina 19 siglos aC, es capturada por el ejército israelita, masacrados sus 40 mil habitantes e incendiada y luego agrega: “¿Dónde está el mal? Es esa gran parte de cada hombre que quiere odiar sin límites, que quiere odiar con Dios a su lado”.
Vonnegut desgrana definiciones que golpean, como nombrar a un campo de concentración como “un centro de salud para judíos” pero también se detiene en escenas que reconfortan, como la relación de una mujer con su perro: “Mientras (...) lo acariciaba, los ojos castaños del animal se dilataban con la ceguera del éxtasis. Cada fibra de su sensibilidad se acomodaba como un dedal a los dedos que lo mimaban”, lo que no deja de ser un pequeño atisbo de esperanza.
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