Al cruzar el Río Salado
Jorge Alejandro Flores
Ediciones Ultimo Reino, 2014
Poesía, 64 pp.
por Rubén Sacchi
El río quizás sea la metáfora de las metáforas. En su figura caben el tiempo, la palabra y la vida misma.
El Río Salado es para Jorge Alejandro Flores un cauce con dones de eternidad, donde sus aguas reflejan una y otra vez los momentos de su vida. Es también una frontera, ausente de toda cartografía, que separa el ayer del hoy; esa que la fantasía puede cruzar a gusto y riesgo cuantas veces lo desee, ya que “la mirada y el lenguaje se entrecruzan al infinito”.
Es inevitable que, camino hacia el dolor, el doliente atine a retroceder. Lo hace en pos de otro momento y otro lugar en los que el precario equilibrio de la vida daba la sensación de estabilidad y hasta de felicidad, incluso antes de nuestra existencia.
Con paisajes de pobre arrabal y su miseria, esboza un adiós con aire de tango. Taxativo, sentencia: “lo real propone, lo imaginario dispone”, como un ardid anticipatario de lo inevitable, esa sentencia inapelable a cualquier justicia que escapa al pasado, a las tardes en familia y a los primeros atisbos del amor: la muerte. Ese presente continuo que el futuro nos depara inexorable. Peor aún, la muerte de un ser querido, porque “finalmente la muerte no perdona. Tampoco la vida”.
Al cruzar el Río Salado es un pequeño diario de viaje, un viaje que conlleva otros, más inciertos e indeterminables, porque ocurren “en la región/ donde el olvido es apenas un mísero/ servidor inválido que siempre incumple”.
Había una vez un circo
Circo Rodas
Playón del Walmart Avellaneda-km 9. Aut. Bs. As. La plata
(Ex Auchan).
Funciones: Lunes a Viernes a las 18 y 20:30 hs. Sábados,
domingos, feriados y vacaciones de invierno a las 15:30, 18 y 20:30 h., durante
julio y agosto.
por Rubén Sacchi
Antes de comenzar, debo reconocer que hace años que no
entraba a la carpa de un circo. La última vez que lo hice, aún los espectáculos
se basaban principalmente en la interacción con animales y recuerdo haber
llevado a mi pequeña, años a, cuando todavía la elefanta Mara y su domador Blas
eran la cara visible de la fiesta. Si bien acuerdo totalmente con la medida de
su prohibición, tengo que convenir en que el esquema que los shows proponían
debió cambiar radicalmente ya que, aún en los momentos en que el centro de
atracción era el humano y su habilidad, se apelaba a alguno de nuestros
cohabitantes. Así, más allá de la destreza del mago, palomas y conejos salían
de su galera y, pese al infinito equilibrio de los acróbatas, lucían su gala
sobre el lomo de algún corcel.

El anuncio de “renovado elenco y nuevas atracciones” incluye
un considerable combo de más de 50 talentosos artistas, con payasos,
malabaristas, acróbatas y equilibristas de notable calidad; el infaltable
cuadro de magia a cargo del Mago sin Dientes y la distensión a que nos lleva un
buen número de variadas coreografías, con trajes incrustados con piedras
Swarovski, del Lido de París, bajo la dirección artística de María José Pintos.
El relax supremo llega con el de Show de aguas danzantes, que mediante un
manejo computarizado de más de 25 bombas y 700 picos, emite cuatro conjuntos de
chorros de agua que se combinan con luces de colores y efectos especiales al
compás de la pieza de ópera clásica Caballería ligera, de Franz Von Suppe. Sin
dudas, el momento límite de adrenalina lo define el Globo de la muerte, dos
esferas de metal dentro de las que seis motociclistas se entrecruzan a una
velocidad de más de 80 km/h., y hasta en completa oscuridad, arriesgando su
integridad a cada segundo.

Un cartel reza: "El circo es el único lugar del mundo
donde se puede soñar con los ojos abiertos", de que eso suceda se encarga
su creador, Jorge Ribeiro Soares y cuenta para ello con la colaboración de su
director artístico, Ariel Heredia. Ellos, junto a un maravilloso grupo de
virtuosos, ofrecen un espectáculo digno de verse.
Fotografías: Maximiliano Martino
Prensa: Alfredo Monserrat
Bianca

Eduardo Kovalivker
Hojas del Sur, 2015
Novela, 160 pp.
por Rubén Sacchi
Manteniendo el esquema de su anterior novela, Clavelina, Eduardo Kovalivker apela a un personaje que, siendo escritor, gusta de la buena vida y cae en un embrujo amoroso que lo lleva a cometer cualquier desatino, con consecuencias personales prácticamente nulas, reafirmando la vieja máxima mafiosa de que “El crimen no paga”.
Daniel Dumas -vaya apellido para un hombre de letras- viaja a Italia para cumplir ciertos compromisos literarios y es allí donde un amor, casi sobrenatural, le sonríe.
El autor construye un protagonista contradictorio, que admite haber militado en las filas anarquistas pero que “sintió siempre deseos de pertenecer o de rozar esa clase social inalcanzable para él”. Achaca su inseguridad a su crianza “en un hogar de clase media baja” y define a sus ancestros como de “sangre sin historia”.
El fomento del tratamiento genético de las semillas para modificar el medioambiente, tan cuestionado por la ciencia, se suma a que lo experimenta en extensas hectáreas que su familia política obtuvo en el despojo que los conquistadores ejercieron sobre los pueblos originarios.
En definitiva, un verdadero yuppie de los tantos que, neoliberalismo mediante, adaptaron su ideología a los nuevos vientos con
asombroso pragmatismo.
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