El Performer, un diamante latente II
Marisa Busker
Nueva Generación, 2022
Ensayo, 146 pp.
por Rubén Sacchi
En tiempos de fragmentación, hablar de interrelación es, como mínimo, un hecho de resistencia. Si bien Busker se refiere al conjunto de disciplinas -no excluyente- que conforman la música, la danza y el teatro, si aceptamos que las manifestaciones artísticas son de esencia popular, esto puede asimilarse al orden social, lo que pondría uno de sus preceptos, el ser/hacer, como un acto primario de coherencia.
El Performer, un diamante latente, es el relato de una experiencia personal, pero que a la vez puede operar de manual o guía para quien pretenda experimentar en esos terrenos y adentrarse en ellos, donde todo el cúmulo de aprendizaje y vivencias actúa como insumo en ese canal de expresión.
Dos matrices, una más bien física definida como pulsión voz-espina, productora de la acción y otra interior, explorativa de la memoria individual y colectiva, de característica introspectiva se entrecruzan y generan energía (tempo-ritmo). Plantea al sistema nervioso, no “en el sentido de su descripción formal, pero como una serpiente inervada en sí misma que, una vez activa, se alimenta de su propia memoria”.
La autora relata el proceso de creación de su primera obra-performance, El templo del valle de la montaña, y toma como referencia un hecho que la conmovió, el tsunami asiático ocurrido en diciembre de 2004, en el que los diferentes tipos de comportamiento de quienes lo padecieron marcaron la diferencia entre la vida y la muerte, evidenciando cómo la memoria ancestral o el aprendizaje son indispensables al momento de abordar las contingencias.
El trabajo del performer es representado como un ritual ancestral en el cuerpo, como el conocimiento, re-conocimiento de nuestro cuerpo, sus componentes y recursos, para lo que es necesaria su de-construcción. En ese sentido, referencia a Jacques Derrida en El gusto del secreto: “... ¿por qué de-construir? Para volver a construir. La deconstrucción es la anacronía en la sincronía, es un modo de entrar en concordancia con algo que está out of point, desacordado...”.
En la introducción plasma un diagnóstico del presente más que lapidario, que admite no exento de optimismo, digno de reproducir: “El elevado uso de la razón, el enciclopedismo en el pensamiento, el colonialismo, la homogeneización, la supresión de lenguas, el capitalismo, el industrialismo, las ciudades, la aculturación, las guerras, las migraciones obligadas, el mercado, el neoliberalismo, el marketing, la especulación financiera, los gobiernos que tantas veces no son lo que esperamos, la desaparición de espacios naturales, la contaminación, etcétera, todo ello hace correr el riesgo de hacernos perder en la niebla como verdaderas individualidades creadoras”. Para enfrentar semejante estado de cosas, quizás haya que bucear en el texto del último cuadro de su obra Originaria: “¿Quién soy? / Soy mi voz, / las voces de todos, / las voces de tantos, / las voces que fui encontrando, / las que fui inventando, las voces que imagino”. Tal universalización de su mirada permite avizorar un horizonte más amigable.
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