Matar a la niña
Agustina María Bazterrica
Editorial textosintrusos, 2013
Novela, 222 pp.
por Rubén Sacchi
Matar a la niña es una novela kafkiana. ¿Qué otra cosa podría ser una historia que recorre intrincados pasadizos que parecen no tener salida? ¿qué son, en definitiva, el cerebro y la burocracia sino dos construcciones laberínticas -natural y cultural- donde el ser humano se pierde? No en vano, un pasaje de la novela recrea la obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot aunque, sugestivamente, el esperado es DOG, perro en inglés, inverso de Dios en esa lengua y apócope de aquel personaje.
La autora, educada bajo preceptos religiosos, refleja su fuerte rechazo a ese pasado mediante la sátira, estilo cuidadosamente elegido para atravesar no sólo el relato, sino también los agradecimientos finales.
Infinidad de citas explícitas y guiños a autores, como Luis Buñuel, Antoine de Saint Exupery o el mismo Albert Einstein recorren las páginas intentando un análisis filosófico de la existencia, en el que el individuo es quien construye el cielo o el infierno y “Uno siempre tiene que crear lo que lo va a intentar destruir”. El bien y el mal confundidos en un mismo personaje, de características demenciales, que asume que “el séptimo día maté por aburrimiento”, refleja el punto culminante del absurdo, en un mamarracho celestial de cartón piedra.
Hay dos lecturas, al menos, de Matar a la niña; la jocosa, que divierte y lleva a leerla de un tirón y la trágica, en la que “Sabemos de Dios sólo lo que necesitamos saber y Dios no sabe nada acerca de nosotros porque le somos indiferentes” y entendemos que “El terror verdadero, real, era existir para siempre”, pero sea cual fuere el camino elegido, la conclusión siempre resulta la misma: si buscamos el paraíso, debemos hacerlo, sin lugar a dudas, en ésta, nuestra única vida.
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