Códigos de callejero
Rubén Derlis
Papeles de Boedo, 2017
Ensayo, 248 pp.
por Rubén Sacchi
Fundador del mítico bar La Poesía; de las editoriales Del Alto Sol, Papeles de Coghlan y Papeles de Boedo: nombrado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; distinguido con el Puma de Plata por la Fundación Argentina para la Poesía, entre otros hitos de su trayectoria Rubén Derlis es, además, un porteño honoris causa, como se autodefine, ya que desembarcó en la Reina del Plata apenas con cuatro años, procedente de Chivilcoy para incrustarse en ese paisaje y aprehenderlo.
Este volumen hace gala de esa porteñidad asumida y refuerza su derecho adquirido con toda justeza, porque suma la idoneidad propia del historiador y del sociólogo, conocedor de cada rincón, calle o cortada, pero también de su gente, por lo que puede ser considerada una voz calificada.
En las primeras páginas define el espíritu del libro en palabras del barriólogo Angel Prignano, afirmando que “no se sale a la calle, sino que se entra en ella”. Tal sentencia ubica a la persona contenida en un entorno que le es propio y lo corona callejero, habitante de esa geografía que le pertenece, mientras para la gran mayoría es el afuera. El otro sustantivo, hablo de los códigos, se aprenden con el deambular por esas aulas que proveen de alta enseñanza.
Los textos pueden considerarse pequeños aguafuertes que dialogan con el pasado, en permanente interacción con los recuerdos, que el autor se ocupa de engalanar con un derroche de poesía que por momentos nos trae a la memoria a aquella otra gran poeta del tango, Eladia Blázquez.
Ya la portada nos remite a una época pasada, a un estilo y un ritmo que el ciudadano de hoy perdió en su privilegiar lo veloz y lo efímero, como si de esa manera el tiempo fuera a serle más duradero. Hay una evocación permanente a ese sitio en el ayer, pero lejos está de ser un llanto por el paraíso perdido sino que es la alegre sensación de, al menos, haber estado allí, ser protagonista hasta que ese dios pagano, llamado capitalismo, lo expulsó por su pecado original de ser poeta. Pero, lo que no pudo quitarle, pese a todo, es la poesía, esa que le permite la contemplación ociosa y le aporta herramientas para revivirlo, al paraíso, digo, y hacerle trampa a eso que tan tristemente cantaba el grupo uruguayo Los Olimareños: “la piqueta fatal del progreso”.
En sus páginas rinde homenaje a sus contemporáneos que tomaron las banderas del pueblo. Escribe acerca de Raúl González Tuñón: “un estro visceral en su contenido, transmitido con intensidad de vida (...) que va de lo lírico barrial a lo social comprometido con su tiempo, y en lo formal sin conceder un ápice a la rima desgastada por versificadores para emociones fáciles”. De igual manera, rinde merecido homenaje a otras tantas figuras que dejaron huella en la vida del autor y en el acervo popular, tales como Osvaldo Pugliese o Atilio Castelpoggi, por dar ejemplos.
Para los más jóvenes será un buen libro, profuso en detalles de una ciudad difícil de abarcar. Allí encontrarán también necesarias referencias a protagonistas insoslayables de nuestra cultura, sobre quienes podrán profundizar si es que gozan de suficiente curiosidad, para que este ejemplar oficie de estímulo. Para otros, los que vivimos en épocas más cercanas a las descriptas, este impreso oficiará como una especie de talismán para “asirse al último pasamanos de la vida: el recuerdo”.
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