La que va
Patricia Díaz Bialet
Editorial Atuel, 2015
Poesía, 228 pp.
por Rubén Sacchi
Como en su anterior poemario, Agualava (Ed. Atuel, 2009), los poemas poseen sendos acápites y notas al pie. Estas sitúan en tiempo y espacio la experiencia que ofició de disparador del hecho poético, sin obedecer a un patrón determinado ni unidad cronológica alguna, lo que da al libro cierto carácter de antología de poesía selecta, pero no caprichosa, ya que también las citas pueden incorporarse al poema como parte integrante de él.
El trabajo conserva una unidad temática: el deseo, pero la variedad y riqueza de las figuras da conciencia de las infinitas formas que este puede adoptar. La metáfora es la gran invitada, prodigando figuras de gran belleza, tales como “me desenhebro del mundo”, de sencillez contundente.
El amor en todas sus formas se da cita, el audaz clandestino, en el que “la cama esculpe las fauces de sus huéspedes” o el del ocaso, donde “ya casi no hay sol en este atardecer en este pueblo en esta entrepierna”, pero siempre los sexos en igualdad de condiciones mostrando “ambas nervaduras de los falos”.
Omnipresente, el amante, es la suma del sentido, “sin él la vida será coartada insegura” porque es “faltante de todo lo áspero”, pero siempre renovado, ya que “lo letal consiste en creer que todo se repite”, pues “el amor será un hervor de flujos atávicos”.
Una frase de Gonzalo Rojas abre la segunda parte de la obra: “Inútil escribir y escribir,/ (...)/ ¿Para qué tanta tinta, si el mundo sólo nos pide fuego?”, sin embargo, a lo largo de más de 200 páginas, la poeta derrocha litros de tinta encendida; en actitud sacrificial, desafía: “Engarza tu colmillo en mí/ Yo me ofrezco”. En su derrotero amoroso, los hombres son hitos que conforman el mapa del cuerpo y comparten el goce con múltiples rostros pero en definitiva poseen una única identidad.
También pinta vivencias de sus primeros años, de la inocencia de los niños “que no saben/ que sabrán más adelante”. De los descubrimientos y pérdidas tempranas, de la terca juventud en los años de plomo. Tampoco olvida hablar de pérdidas, de adioses y de muerte, “porque el que muere se funde en el otro/ y nada holgadamente en sus fluidos”.
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