Nadie tiene por qué saberlo
Beatriz Mosquera
Ediciones Deldragón, 2014
Novela, 248 pp.
por Rubén Sacchi
La vieja sentencia “pueblo chico, infierno grande” cobra vigencia en este libro. La autora desarrolla la vida de una familia tradicional del interior de la Provincia, con todo lo que se ve y el vasto universo que se silencia. Un sitio donde sus habitantes se obstinan en que el tiempo sea un objeto tan estático como el mobiliario heredado de sus ancestros o, al menos, tan manejable como las cabezas de ganado que acorralan.
En un clima cargado de prejuicios y en el que todos se enteran de todo, el título Nadie tiene por qué saberlo es apenas una expresión de deseo. Una historia de amor homosexual es el detonante para que afloren las peores cualidades humanas, mientras el miedo al qué dirán supera al amor filial.
La trama se presta para que la escritora desarrolle una serie de ideas que pueden considerarse políticamente correctas, desde el actual progresismo; tal el caso del matrimonio gay, la opción religiosa por los pobres o el blanqueo de los trabajadores no registrados, por citar sólo algunos.
La novela muestra a los protagonistas como figuras grises, que van cobrando brillo y luz propia al enfrentarse a los puntos de ruptura del convencionalismo. Las viejas estructuras no pueden ya mantenerse
en pie y, necesariamente, deben dejar paso a otras aunque, como asegura la anciana doméstica Antonia, acerca de “las cosas inútiles: Una no sabe donde ponerlas y tampoco se anima a tirarlas”.
Sin embargo, en esta historia, muchos se arriesgan al llamado de los derechos individuales, llegando inclusive a romper los pactos de clase que sostienen a las capas dominantes. En esos casos, vale recordar la fábula del pollito que Mosquera desarrolla en la novela: el animalito a diario disfrutaba el alimento de su dueño. Cada día lo recibía feliz y, al verlo, una sonrisa invadía su alma. Hasta que un buen día, la mano que lo alimentaba decidió que era hora de romper su cuello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario